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Algunos estudios
sugieren que la pérdida de un gen hizo que la musculatura de nuestra mandíbula
fuera más pequeña y esto permitió aumentar el volumen de nuestro cráneo”.
Quizá, perder
genes nos hizo más inteligentes que el resto de los mortales.
El cerebro del Oikopleura tiene unas 100
neuronas y el de los humanos contiene 86.000 millones, pero somos mucho más
similares de lo que parece. Entre un 60% y un 80% de las familias de genes
humanos tienen un claro representante en el genoma deOikopleura. “Este
animal nos permite estudiar qué genes humanos son esenciales”, aplaude Albalat.
O lo que es lo mismo: por qué algunas mutaciones son irrelevantes y otras provocan efectos terribles en
nuestra salud.
En 2012, un estudio del genetista estadounidense Daniel MacArthur mostró
que, de media, cualquier persona sana tiene 20
genes que no funcionan. Y, aparentemente, tan campantes. Albalat y
Cañestro, del Instituto de Investigación de la Biodiversidad (IRBio) de la
Universidad de Barcelona, ponen dos ejemplos muy estudiados. En algunas
personas, los genes que codifican la proteína CCR5 o la DUFFY están anulados por mutaciones. Son las
proteínas que utilizan, respectivamente, el virus del sida y el parásito que
causa la malaria para entrar en las células. La pérdida de estos genes hace a los humanos más resistentes a estas
enfermedades.
“La visión hasta ahora es que al evolucionar ganábamos en
complejidad, ganando genes. Así se pensó cuando se secuenciaron los primeros
genomas, de mosca, de gusano y del ser humano. Pero hemos visto que no es así.
La mayoría de nuestros genes está también en las medusas. Nuestro ancestro
común los tenía. No es que nosotros hayamos ganado genes, es que los han
perdido ellos. La complejidad génica es ancestral”, sentencia Cañestro.
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