Estimad@s Clientes y/o amantes del LEAN:
Me gustaría dedicar este escrito a dos de maravillas que me
impactaron en su momento, una película y una obra de teatro, que me vienen ahora
a la mente ahora por dos motivos radicalmente diferentes, mis contactos de Facebook
y la actualidad teatral en Madrid
Cine
Mis contactos de Facebook dicen que ayer viernes fue el Día
Nacional del Tango,…..hasta ahí, nada especial,,,,, ni me gusta ni me disgusta,
pero…., la reseña iba acompañada de la escena inolvidable en que Al Pacino, en
la película “Esencia de mujer”, haciendo de un militar ciego, malhumorado e
impertinente, baila un tango…….y ahí ya está la magia de una película y un
actor cuya actuación que me impactó enormemente:
https://www.facebook.com/pg/energiaco/videos/?ref=page_internal
Aitana Sánchez-Gijón,
atrapada por la maldición y la fuerza de Medea
Resumen de la vida del
personaje
https://www.facebook.com/pg/energiaco/videos/?ref=page_internal
Hay que decir que a Al Pacino le dieron el Óscar por esta
interpretación memorable (y no por El Padrino, como cree mucha gente )
Nota. En esta web se pueden ver los mejores videoclips de un
montón de películas clave de la historia del cine
Teatro
Cuando mi inolvidable profesor de Arte y Literatura del
colegio Maravillas de Madrid nos dijo, a chiquillos de 16 años, que viéramos
Medea, no tenía ni la menor idea del impacto que a cualquier espectador le
produce esta tragedia griega de Eurípides, la primera vez que la ve
Ahora se puede disfrutar en Madrid, en el Teatro Barrio,
esta obra inmortal, interpretada por Aitana Sánchez-Gijón ……..según comenta
Aitana, también Medea atrapa a la actriz que se atreve a protagonizarla: la
primera que destacó esta “maldición” de Medea con las actrice que se atreven a
representarla fue Nuria Espert
¡Cómo entiende ahora Aitana Sánchez-Gijón a
Nuria Espert cuando se refería a la “maldición” de Medea! No le había pasado
antes con ningún personaje. El duelo puede ser más largo o más corto, también
más profundo, pero cuando ella termina un proyecto, ahí se queda. Hasta que se
topó con Medea, esa hija de reyes, descendiente del dios Sol, que es
abandonada, desterrada y repudiada, esa mujer a la que le arrebatan la dignidad
y el amor y decide vengarse dando muerte a sus propios hijos. Hace ya dos años
que Sánchez-Gijón se metió en la piel de Medea, en un montaje dirigido
por Andrés Lima, y
todavía anida en su cuerpo. “Es una maldición deliciosa. Medea me ha atrapado.
Ya me lo decía Nuria
Espert. Es como un alien que me habita, que está ahí
al margen de mi voluntad. No se ha ido y necesita que la saque a tomar el
aire”. La actriz vuelve a Medea en un monólogo que estrena en el Teatro del Barrio, de Madrid,
el próximo miércoles, en el que ella interpreta a todos los personajes que
protagonizaban el espectáculo de Lima.
Análisis-resumen de Medea de Eurípides
En el prólogo la nodriza expone la situación: Medea, llegada a Corinto con ]asón después de haberle ayudado a conquistar el vellocino de oro y haber matado, por su amor, a su propio padre y hermano, se encuentra ahora gravemente afligida y ofendida porque Jasón, olvidando sus juramentos, está por contraer nuevas nupcias con la hija del rey Creonte; y en su corazón exasperado medita sin duda alguna venganza terrible.
EL pedagogo de los hijos nacidos de Jasón y Medea agrega por su parte haber oído decir que Creonte tiene la intención de expulsar de Corinto a los pequeños inocentes, lo que exacerba el furor de Medea.
Sin embargo, cuando el propio Creonte viene a comunicarle su decreto, Medea, que ha concebido ya un cruel plan de venganza, trata de obtener con palabras serviles y simuladoras que puedan los niños permanecer un día más en Corinto, a lo que Creonte accede, no obstante sentir un oscuro temor.
Medea revela a las mujeres del coro su íntima sed de venganza: matará no sólo al traidor, sino también a la nueva esposa y a su padre; sólo es incierta todavía la forma de hacerlo.
Para exasperarla en mayor grado llega Jasón, con quien tiene un áspero altercado. Pero he aquí que se presenta en Corinto el rey de Atenas, Egeo, de regreso de Delfos a donde fue a interrogar al oráculo sobre la causa de la esterilidad que lo aflige. Medea, prometiéndole remedio a su mal, le solicita hospitalidad, y Egeo se compromete con solemne juramento a darle en Atenas asilo inviolable, cuando se disponga a salir de Corinto.
Segura así de un futuro refugio, Medea puede llevar a cabo su plan. Llega un esclavo de la casa de Creonte: la esposa ignorante, aceptado el regalo fatal, desfallece de repente y cae a tierra; el vestido se adhiere a las carnes y la consume, mientras de la corona se eleva una llama que la desgraciada reaviva aun más al tratar en vano de defenderse de ella.
Acude entonces el padre y se arroja sobre el cuerpo atormentado de la hija, y queda pegado y consumido también él por el maleficio.
Queda aún cumplir la última venganza con Jasón: desde los aposentos se oyen los gritos de los niños que la madre mata con sus propias manos. Jasón, que llega para castigar a Medea, contempla la revelación del último y atroz delito; pero Medea se eleva volando al cielo sobre el mágico carro del sol, llevando consigo los cuerpos de los hijos a quienes ella misma dará sepultura.
La tragedia está enteramente dominada por Medea, una de las más grandes figuras del arte de Eurípides y de la poesía de todos los tiempos. Criatura de pasiones y de instintos que consideraríamos inhumanos si no fuese ella tan intensa e íntimamente mujer, casi una fuerza de la naturaleza en su estado esencial, a la que la razón sirve sólo para hacerla consciente de su ferocidad, sin poder imponer ningún freno al espíritu indomable. Ya antes, enamorada de Jasón, no dudó en matar a su padre y hermano por su causa. Sus propios hijos le son queridos no porque ella los ha parido, sino por ser el fruto y garantía del amor de Jasón. _
Ahora, esta naturaleza salvaje se ve amenazada en algo que es
más que el amor, en su propia vida. Lo que la trastorna no son los celos, con todo lo furiosos que son, sino el instinto de conservación; por ello no se mata ella ni mata a Jasón, sino que elimina todo lo que representa un obstáculo entre ellos. Y llega al último delito y el más atroz cuando condena a sus hijos, hechos por ella inconscientes instrumentos de venganza, pues los mata concretamente para herir a Jasón de la manera más refinada y más cruel.
Eurípides logra así un pleno éxito en su difícil empresa de motivar psicológicamente a una mujer que es la antítesis de
la razón; de justificar, poéticamente, los datos de una leyenda contradictoria e inamovible, llevándola precisamente al colmo del horror, a la aniquilación de sus propios hijos, lo que, al parecer, fue invención del poeta.
Resulta extraña por cierto, en la Atenas escéptica y sofista de su tiempo, esta explosión de pasiones, este absurdo triunfo de lo irracional y del instinto que es la figura de Medea, en la que el poeta no se ha dejado dominar ni siquiera por uno de los más firmes y convencionales lugares comunes, no ya de la literatura sólo sino del sentimiento general, el amor materno.
También es característico de Eurípides que el poeta se muestre consciente de ello, cuando presenta una explicación, lo que hace a menudo, entre la "barbarie" de Medea y la contrapuesta "civilización" griega, lo que es pura ingenuidad en él, pues de ninguna manera podía conocer tal mentalidad "bárbara", que era solamente, y por mucho tiempo, una vaga fórmula psicológica de la tradición griega. Sin embargo, esta Medea se muestra grandiosa en la poesía con su verdad más allá de lo creíble, con su entrega total y absoluta al hombre que la hizo su mujer, con la ferocidad bestial y consciente, con la lucha desesperada contra
todo y contra todos y más aún contra sí misma, con los impulsos indómitos y las simulaciones fríamente calculadas, con la debilidad de una mujer abandonada y herida de muerte y la crueldad de sus aniquiladoras artes mágicas.
Frente a ella, Jasón no es más que un pobre hombre, engreído en su masculinidad, con la extraña idea de poder combinar una cómoda convivencia con Medea y con la nueva esposa, idea en que parece difícil que él mismo crea. Quiere ello decir que no ha comprendido absolutamente nada de la mujer que es Medea. Es, pues, un obtuso, pero en su orgullo masculino comprende instintivamente la verdad, es decir que a Medea lo que le importa es solamente su hombre, el hombre al que no puede renunciar.
Si bien no era fácil concretar la motivación psicológica de su figura, el poeta ha acertado en dejarlo en la mediocridad, incluso artística, de una personalidad descolorida, frente a la que por contraste se agiganta: Medea.
Incluso en la escena final, en la que el poeta parece haberlo querido realzar en la simpatía de los espectadores mostrándolo agobiado y deshecho por tanta desgracia, tampoco logra Jasón despertar piedad y queda por el contrario un tanto en ridículo, con sus vanas imprecaciones contra Medea, que se eleva al cielo, orgullosa de su despiadada crueldad; y que, aún cargada de horrores y delitos, perdura como una criatura espléndidamente viva en la realidad y en la poesía.
En torno a ella construyó Eurípides un admirable drama, que discurre directo e inexorable, como la lúcida locura de Medea, hacia el espectáculo final a través de sangrientas vicisitudes, con momentos de elevada intensidad dramática realizados en una extraordinaria hechura poética, como el famoso monólogo de Medea y el bellísimo relato de la muerte de Creonte y de su hija.
En el prólogo la nodriza expone la situación: Medea, llegada a Corinto con ]asón después de haberle ayudado a conquistar el vellocino de oro y haber matado, por su amor, a su propio padre y hermano, se encuentra ahora gravemente afligida y ofendida porque Jasón, olvidando sus juramentos, está por contraer nuevas nupcias con la hija del rey Creonte; y en su corazón exasperado medita sin duda alguna venganza terrible.
EL pedagogo de los hijos nacidos de Jasón y Medea agrega por su parte haber oído decir que Creonte tiene la intención de expulsar de Corinto a los pequeños inocentes, lo que exacerba el furor de Medea.
Sin embargo, cuando el propio Creonte viene a comunicarle su decreto, Medea, que ha concebido ya un cruel plan de venganza, trata de obtener con palabras serviles y simuladoras que puedan los niños permanecer un día más en Corinto, a lo que Creonte accede, no obstante sentir un oscuro temor.
Medea revela a las mujeres del coro su íntima sed de venganza: matará no sólo al traidor, sino también a la nueva esposa y a su padre; sólo es incierta todavía la forma de hacerlo.
Para exasperarla en mayor grado llega Jasón, con quien tiene un áspero altercado. Pero he aquí que se presenta en Corinto el rey de Atenas, Egeo, de regreso de Delfos a donde fue a interrogar al oráculo sobre la causa de la esterilidad que lo aflige. Medea, prometiéndole remedio a su mal, le solicita hospitalidad, y Egeo se compromete con solemne juramento a darle en Atenas asilo inviolable, cuando se disponga a salir de Corinto.
Segura así de un futuro refugio, Medea puede llevar a cabo su plan. Llega un esclavo de la casa de Creonte: la esposa ignorante, aceptado el regalo fatal, desfallece de repente y cae a tierra; el vestido se adhiere a las carnes y la consume, mientras de la corona se eleva una llama que la desgraciada reaviva aun más al tratar en vano de defenderse de ella.
Acude entonces el padre y se arroja sobre el cuerpo atormentado de la hija, y queda pegado y consumido también él por el maleficio.
Queda aún cumplir la última venganza con Jasón: desde los aposentos se oyen los gritos de los niños que la madre mata con sus propias manos. Jasón, que llega para castigar a Medea, contempla la revelación del último y atroz delito; pero Medea se eleva volando al cielo sobre el mágico carro del sol, llevando consigo los cuerpos de los hijos a quienes ella misma dará sepultura.
La tragedia está enteramente dominada por Medea, una de las más grandes figuras del arte de Eurípides y de la poesía de todos los tiempos. Criatura de pasiones y de instintos que consideraríamos inhumanos si no fuese ella tan intensa e íntimamente mujer, casi una fuerza de la naturaleza en su estado esencial, a la que la razón sirve sólo para hacerla consciente de su ferocidad, sin poder imponer ningún freno al espíritu indomable. Ya antes, enamorada de Jasón, no dudó en matar a su padre y hermano por su causa. Sus propios hijos le son queridos no porque ella los ha parido, sino por ser el fruto y garantía del amor de Jasón. _
Ahora, esta naturaleza salvaje se ve amenazada en algo que es
más que el amor, en su propia vida. Lo que la trastorna no son los celos, con todo lo furiosos que son, sino el instinto de conservación; por ello no se mata ella ni mata a Jasón, sino que elimina todo lo que representa un obstáculo entre ellos. Y llega al último delito y el más atroz cuando condena a sus hijos, hechos por ella inconscientes instrumentos de venganza, pues los mata concretamente para herir a Jasón de la manera más refinada y más cruel.
Eurípides logra así un pleno éxito en su difícil empresa de motivar psicológicamente a una mujer que es la antítesis de
la razón; de justificar, poéticamente, los datos de una leyenda contradictoria e inamovible, llevándola precisamente al colmo del horror, a la aniquilación de sus propios hijos, lo que, al parecer, fue invención del poeta.
Resulta extraña por cierto, en la Atenas escéptica y sofista de su tiempo, esta explosión de pasiones, este absurdo triunfo de lo irracional y del instinto que es la figura de Medea, en la que el poeta no se ha dejado dominar ni siquiera por uno de los más firmes y convencionales lugares comunes, no ya de la literatura sólo sino del sentimiento general, el amor materno.
También es característico de Eurípides que el poeta se muestre consciente de ello, cuando presenta una explicación, lo que hace a menudo, entre la "barbarie" de Medea y la contrapuesta "civilización" griega, lo que es pura ingenuidad en él, pues de ninguna manera podía conocer tal mentalidad "bárbara", que era solamente, y por mucho tiempo, una vaga fórmula psicológica de la tradición griega. Sin embargo, esta Medea se muestra grandiosa en la poesía con su verdad más allá de lo creíble, con su entrega total y absoluta al hombre que la hizo su mujer, con la ferocidad bestial y consciente, con la lucha desesperada contra
todo y contra todos y más aún contra sí misma, con los impulsos indómitos y las simulaciones fríamente calculadas, con la debilidad de una mujer abandonada y herida de muerte y la crueldad de sus aniquiladoras artes mágicas.
Frente a ella, Jasón no es más que un pobre hombre, engreído en su masculinidad, con la extraña idea de poder combinar una cómoda convivencia con Medea y con la nueva esposa, idea en que parece difícil que él mismo crea. Quiere ello decir que no ha comprendido absolutamente nada de la mujer que es Medea. Es, pues, un obtuso, pero en su orgullo masculino comprende instintivamente la verdad, es decir que a Medea lo que le importa es solamente su hombre, el hombre al que no puede renunciar.
Si bien no era fácil concretar la motivación psicológica de su figura, el poeta ha acertado en dejarlo en la mediocridad, incluso artística, de una personalidad descolorida, frente a la que por contraste se agiganta: Medea.
Incluso en la escena final, en la que el poeta parece haberlo querido realzar en la simpatía de los espectadores mostrándolo agobiado y deshecho por tanta desgracia, tampoco logra Jasón despertar piedad y queda por el contrario un tanto en ridículo, con sus vanas imprecaciones contra Medea, que se eleva al cielo, orgullosa de su despiadada crueldad; y que, aún cargada de horrores y delitos, perdura como una criatura espléndidamente viva en la realidad y en la poesía.
En torno a ella construyó Eurípides un admirable drama, que discurre directo e inexorable, como la lúcida locura de Medea, hacia el espectáculo final a través de sangrientas vicisitudes, con momentos de elevada intensidad dramática realizados en una extraordinaria hechura poética, como el famoso monólogo de Medea y el bellísimo relato de la muerte de Creonte y de su hija.
Medea, por Eugène Delacroix, 1862.
En la mitología griega, Medea (del
griego Μήδεια) era la hija de Eetes, rey de la Cólquida,
y de la ninfa Idía. Era sacerdotisa de Hécate, a la
que algunos consideran su madre y de la que se supone que aprendió los
principios de la hechicería junto con su tía, la diosa y maga Circe. Así, Medea es
el arquetipo de bruja o hechicera, y comparte su condición de mujer autónoma e
inusual, contraria al prototipo ideal de la época, con Calipso y Circe, entre
otras. Era, asimismo, nieta del dios Helios.
Su personaje tendría una gran repercusión en generaciones
posteriores, sobre todo de manos de autores trágicos de la talla de Eurípides (Medea) y Séneca.
Índice
- 1.
La huida de la Cólquida
- 2.
La boda con Jasón
- 3.
Talos y Tritón
- 4.
La muerte de Pelias
- 5.
Abandono de Jasón
- 6.
Medea y Heracles
- 7.
Medea en Atenas
- 8.
Medea en el destierro
- 9.
Véase también
- 10.
Referencias
Elisabetta Pozzi (n. 1955) en el papel de Medea. Teatro
Griego de Siracusa. 2009.
Klara Ziegler (1844 - 1909) en el papel de Medea.
La repercusión del personaje de Medea en la historia del
Arte merece escrito aparte
Como siempre, he incluido estas reflexiones en mi blog:
Que disfrutéis cada hora del fin de semana
Un cordial saludo
Alvaro Ballesteros
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