sábado, 29 de abril de 2017

Mensajes amables de fin de semana: detalles adicionales sobre los personajes clave de La Ilíada



Estimad@s Clientes y/o amantes del LEAN:

Sirva este escrito para detalles adicionales del de la semana pasada, relacionado con ese libro clave en el pensamiento occidental, la Ilíada
Un breve resumen de los personajes más emblemáticos de la guerra de Troya sería como sigue: 

Paris:
Hijo de Príamo y de Hécuba, rey y reina de Troya. Una profecía había anticipado que Paris causaría la ruina de Troya y, por esa razón, Príamo lo abandonó en el monte Ida, donde unos pastores lo encontraron y lo criaron. Estaba cuidando a su oveja, cuando se suscitó una discusión entre las diosas Hera, Atenea y Afrodita acerca de quién era la más bella. Las tres diosas le solicitaron que hiciera de juez. Cada una de ellas intentó sobornarlo: Hera le prometió que lo haría soberano de Europa y Asia, Atenea que le ayudaría a lograr la victoria de Troya contra los griegos, y Afrodita que le concedería la mujer más hermosa del mundo, Helena, la esposa de Menelao, rey de Esparta.

Helena:
Era la mujer más bella de Grecia, hija del dios Zeus y de Leda, mujer del rey Tindáreo de Esparta. De niña fue raptada por el héroe Teseo, quien esperó el tiempo necesario para casarse con ella, pero sus hermanos, Cástor y Pólux, la rescataron. Más tarde, su fatal belleza fue la causa directa de la guerra de Troya.

Menelao:
Rey de Esparta, hermano de Agamenón, rey de Micenas, y marido de Helena de Troya. Cuando el príncipe troyano Paris raptó a Helena, Menelao organizó una expedición para rescatarla. Bajo el mando de Agamenón, Menelao y los demás reyes griegos zarparon hacia Troya. Al término de la consiguiente guerra de Troya, Menelao fue uno de los griegos que se ocultó en el caballo de madera y saqueó la ciudad. Después de reconciliarse con Helena, Menelao intentó regresar a Grecia. Se vieron forzados, sin embargo, a una travesía por el Mediterráneo oriental, antes de llegar a Esparta, que duró ocho años. Allí Menelao prosperó enormemente y, junto con Helena, disfrutó de una vida larga y feliz

Agamenón:
Rey de Micenas y jefe de las fuerzas griegas en la guerra de Troya. Era hijo de Atreo y padeció la maldició lanzada sobre su casa. Cuando los griegos se reunieron en Áulide para su viaje a Troya, se vieron obligados a retroceder por los vientos adversos. Para calmar los vientos, Agamenón sacrificó a su hija Ifigenia a la diosa Ártemis. Su disputa con Aquiles sobre la princesa cautiva Briseida y las consecuencias de esa cólera forman buena parte del argumento de la Iliada de Homero. Después de un sitio de diez años, cayó Troya y Agamenón volvió victorioso a Micenas. Con él fue la princesa troyana Casandra, que le había sido concedida por el ejército griego triunfante.

Aquiles: El mayor de los guerreros griegos en la guerra de Troya. Era hijo de la ninfa del mar, Tetis, y de Peleo, rey de los mirmidones de Tesalia. Cuando era un niño su madre lo sumergió en el Éstige para hacerlo inmortal. Las aguas lo hicieron invulnerable menos en el talón, por donde lo sostenía su madre. Aquiles libró muchas batallas durante el sitio de diez años a la ciudad de Troya. Cuando el rey miceno Agamenón tomó para sí a la doncella cautiva Briseida, Aquiles retiró a los mirmidones de la batalla y se encerró encolerizado en su tienda. Los troyanos, envalentonados por su ausencia, atacaron a los griegos y los forzaron a una retirada precipitada. Entonces Patroclo, amigo y compañero de Aquiles, le pidió que le prestara su armadura y le dejara avanzar con los mirmidones a la batalla. Aquiles aceptó. Cuando el príncipe troyano Héctor mató a Patroclo, el desconsolado Aquiles volvió a la batalla, mató a Héctor y arrastró su cuerpo triunfante detrás de su carro. Más tarde permitió a

Príamo
Rey de Troya, rescatar el cuerpo de Héctor. Aquiles peleó su última batalla con Memnón, rey de los etíopes. Después de matar al rey, Aquiles condujo a los griegos hacia los muros de Troya. Allí fue mortalmente herido en el talón por Paris.
Héctor es el hijo mayor del rey Príamo y la reina Hécuba de Troya, y esposo de Andrómaca. En la Iliada, de Homero, que narra la guerra de Troya, Héctor es el mejor guerrero troyano. Como comandante de las fuerzas de la ciudad, su contribución a la resistencia frente al ejército griego durante nueve años es decisiva, y casi al final obliga a los griegos a huir en sus barcos. Sin embargo, durante la batalla mata a Patroclo, el amigo amado de Aquiles, el héroe de los griegos. Aquiles, que se había retirado de la lucha por una disputa con el rey Agamenón, líder de las fuerzas griegas, vuelve al campo de batalla para vengar la muerte de su amigo. Desconsolado y frenético, persigue a Héctor tres veces alrededor de las murallas de Troya, lo mata y después ata el cadáver a su carro y lo arrastra por el exterior de las murallas hasta la pira funeraria de Patroclo. Al enterarse de que los griegos se niegan a celebrar los ritos funerales de su hijo, el triste Príamo acude a Aquiles con la ayuda del dios Hermes y le pide que le entregue el cuerpo de su hijo. Aquiles accede conmovido por el dolor del viejo rey y declara una tregua para que los troyanos celebren un funeral adecuado.

Patroclo:
Amigo dilecto del héroe Aquiles, a quien acompañó a la guerra de Troya. En el décimo año del conflicto, Aquiles retiró del combate a sus tropas, los mirmidones, por una disputa con Agamenón, capitán de las fuerzas griegas. Sin Aquiles, los griegos comenzaron a perder frente a los troyanos. Finalmente, cuando éstos estaban a punto de quemar las naves griegas, Patroclo persuadió a Aquiles para que le permitiera guiar a los mirmidones con el objeto de librar a los griegos del desastre. Vestido con la armadura de Aquiles, Patroclo condujo a los griegos a la victoria, forzando a los troyanos a retroceder hasta las murallas de su ciudad. Sin embargo, en su máximo momento de gloria, Patroclo murió a manos del capitán troyano, Héctor. Para vengar la muerte de su amigo, Aquiles reanudó la lucha y mató a Héctor.

Héctor
En el ciclo troyano, Héctor es la contrapartida de Aquiles. Adornado con las mismas virtudes que el rey de los mirmidones, el hijo mayor de Príamo es el mejor de los guerreros troyanos, el baluarte que defiende Troya de los ataques de los griegos. Héctor es, a diferencia de Aquiles, un personaje muy humano con el que resulta sencillo identificarse. Héctor sufre como hombre, tiene miedos y dudas ante la incertidumbre del combate. Héctor es un padre y esposo que se plantea el conflicto entre ser fiel a su patria y salir al campo de batalla a morir o permanecer junto a su familia para disfrutar de su afecto. Héctor es, con toda seguridad, el más humano de los héroes homéricos que pueblan el ciclo troyano. Un personaje, en definitiva, complejo e interesante.
Héctor, a diferencia de Aquiles, no es un guerrero que disfrute del combate. A pesar de ser un gran general y combatiente, Héctor prefiere la paz a la guerra. Por este motivo, siempre se muestra reticente ante la idea de acoger a Helena en Troya tras su secuestro por Paris. Héctor acata las órdenes de su padre Príamo y se pone al frente de los ejércitos troyanos. Pero lo hace por compromiso, por salvar su patria, no por creencia personal.
Siempre que surge alguna ocasión para acabar con la guerra y evitar mayores sufrimientos a los troyanos, Héctor se lanza tras ella. Tal y como narra Homero en la Ilíada, es Héctor el principal instigador de la idea de que el conflicto se solucione por medio de un combate singular entre su hermano menor, Paris, y Menelao, el rey de Esparta ultrajado. En este enfrentamiento, Paris, combatiente mediocre, es derrotado por Menelao, pero la diosa Afrodita, su protectora, le salva en el último momento, por lo que el conflicto no se soluciona y la guerra continúa. El mismo Héctor se ofrece voluntario para combatir con cualquiera de los griegos que se atreva a enfrentarse a él en duelo singular. En ausencia de Aquiles, el único que se atreve a dar un paso al frente es Áyax, rey de Salamina. Héctor y Áyax combaten durante horas, sin que ninguno de los dos pueda imponerse al otro. Finalmente, agotados, deciden pactar el final del enfrentamiento, no sin antes declararse una admiración mutua y hacer un intercambio ritual de regalos.

Zeus y Leda
El más poderoso del Panteón griego se transformaba en diferentes animales para conseguir conquistar a sus amoríos, en parte lo hacía porque su espora Hera, se ponía celosa y así evitaba ser descubierto y evitar los ataques de ira de su esposa.

Zeus se metamorfoseó en lluvia de oro para fecundar a Danae, en nube para fecundar a Io, en Aguila para raptar al joven Ganimedes y hacerlo copero real del Olimpo, en Toro para raptar a Europa y como no en cisne para fecundar a Leda.




Y como él era el dios del Olimpo siempre se salía con la suya.

Leda, era una hija de Testio y esposa de Tindáreo de Esparta, era otra de las amantes humanas de Zeus. Cuando caminaba junto al río Eurotas, fue violada por Zeus, transformado en cisne y fingiendo ser perseguido por un águila.

Esa misma noche yació con Tindáreo. Como consecuencia, puso dos huevos de los cuales nacieron cuatro hijos: Helena de Troya, Pólux (inmortales, presumidos hijos de Zeus) y Clitemnestra y Cástor (mortales, supuestos hijos de Tindáreo).
Sin embargo, se considera a Pólux y a Castor gemelos, conocidos como los Dioscuros


El juicio de Paris




Zeus organizó un banquete para celebrar la boda de la diosa Tetis con el mortal Peleo, pero se olvidó de invitar a Eris, la diosa de la discordia.
Eris se presentó en la boda y, sin que nadie la viera, dejó una manzana de oro con la inscripción


                                                                      "Para la más bella"

Entonces tres diosas, Hera, Afrodita y Atenea, reclamaron la manzana y pidieron a Zeus que juzgase cual de las tres era la más bella.Pero Zeus, temeroso de enfadar a las perdodoras, no se atrevió a elegir a ninguna. Como solución dedició que el mortal Paris que siempre había vivido en el campo, alejado del mundo y de las pasiones humanas, actuara como juez de aquel singular concurso de belleza.

Un dia se presentaron frente a Paris Hera, Afrodita y Atenea junto con Hermes, el mensajero de los dioses que le explicó a Paris que él había sido designado por Zeus para que eligiera a la diosa más bella.




Tras bañarse en el manantial del monte Ida, las diosas se desnudaron ante Paris para mostrarle sus encantos. Como las tres le parecieron igual de hermosas le ofrecieron alguna recompensa si las elegía: Hera, esposa de Zeus, le ofreció el poder sobre las tierras de Europa y Asia, Atenea, diosa de la inteligencia y de la guerra, la victoria en las batallas y Afrodita, diosa del amor y la belleza, le ofreció el amor de la mujer más bella del mundo (Helena de Troya). Paris estaba enamorado de Helena y por esta razón escogió a Afrodita.
Tras la derrota, Hera y Atenea deciden destruir Troya.

Laooconte y sus hijos




Laocoonte era hijo de Capis y hermano de Anquises, padre del héroe troyano Eneas. Era sacerdote del templo de Poseidón en Troya. Después de que los griegos abandonasen la ciudad dejando un caballo de madera a sus puertas, Laocoonte advirtió a sus habitantes que no lo metiesen dentro del recinto con las famosas palabras que puso Virgilio en su boca: « Timeo danaos donna ferentes» (Temo a los griegos cuando hacen regalos). El sacerdote, furioso arrojó su lanza contra el caballo.
Sinón, un supuesto desertor griego que espiaba, les dijo a los troyanos que el caballo debía ser sacrificado en honor de Atenea. Si los troyanos decidían destruirlo, ofenderían a la diosa y harían caer la ciudad. Pero si lo introducían en el recinto amurallado, la diosa les protegería siempre. Por ello decidieron abrir un hueco en la muralla, dado el tamaño del regalo de los griegos.
Poco después de su advertencia, Laocoonte y sus hijos fueron estrangulados por dos enormes serpientes marinas que aparecieron en la playa y llevados ante el altar de Poseidón. Fue quizá el castigo por no confiar en los griegos y querer destruir el regalo. Al ver esto, los troyanos decidieron no tentar a la suerte. Las serpientes habían sido enviadas por Atenea para quitarse de en medio a Laocoonte y hacer más hincapié en las palabras de Sinón.
Una vez en Troya, Sinón dio la señal a la tropa griega encendiendo una lámpara. Los barcos no se habían marchado, sino que permanecían resguardados en la cercana isla de Tenedo, y así partieron a toda prisa hacia la indefensa Troya. Mientras tanto, los guerreros ocultos en el caballo salieron y mataron a los sorprendidos ciudadanos de Troya.
Según otra versión, la muerte de Laocoonte no tuvo que ver con el caballo de madera, sino que fue una venganza de Apolo, ya que su sacerdote, según esta historia, se había casado contra el deseo del dios. En cualquier caso, la desgracia de Laocoonte y sus hijos ha quedado reflejada en el grupo escultórico que puede verse en el Museo Vaticano de Roma.


La intervención de los dioses en la guerra de Troya



Ulises (Odiseo)




Ulises, rey de Ítaca, cuyo nombre griego es Odiseo, es hijo de Leartes y Anticlea.
La intervención de éste héroe en la Guerra de Troya fue decisiva ya que fue suya la idea del Caballo de Troya. Sus aventuras durante el viaje de regreso y su arribo al país natal forman La Odisea, la segunda de las dos obras inmortales de Homero.
Inmediatamente después de la partida de Troya, Odiseo llega al istmo de Tracia, la ciudad de los Cicones, y aunque consigue saquearlos, pierde a setenta y dos de sus compañeros en un sorpresivo ataque.
Desviados por el viento llegaron a la tierra de los lotófagos, quienes se alimentaban de la flor de loto, la cual provocaba la pérdida de memoria. Éstos les ofrecieron loto, tras lo cual los navegantes olvidaron su patria. Finalmente, Odiseo consiguió que los marineros volviesen a sus embarcaciones, para seguir rumbo a Ítaca.
Llegan en primer término al país de los Cíclopes donde el monstruo Polifemo encierra a Odiseo con doce de sus compañeros en una caverna. Cuando ya había devorado a seis griegos, Odiseo logra emborrachar al monstruo y le quita su único ojo, con lo que logra escapar con el resto de sus compañeros.
A partir de entonces Odiseo es perseguido por la ira de Poseidón, dios del mar y padre de Polifemo, quien lo persigue con terribles tempestades durante su viaje, manteniéndolo siempre alejado de su país.
En la isla de Eolo, el guardián de los vientos, halla una amable hospitalidad y al partir el dios le entrega una bolsa de cuero en la que se hallaban encerrados todos los vientos, con excepción del benéfico Oeste, para que los lleve en nueve días a la costa de Ítaca.
Mientras Odiseo descansa, sus compañeros abren la bolsa creyendo que contenía un tesoro y los vientos escapan. Arrastrados por la corriente, llegan de nuevo a la isla de Eolo, quien los echa indignado por considerarlos enemigos de los dioses.
Al llegar a Telepilo, la cuidad de Lamo, el rey de Anfitrite, sus lestrigones, caníbales de descomunal estatura, destrozan once de sus naves, salvándose la duodécima gracias a la astucia de Odiseo.
En la isla de Ea, la maga Circe convierte en cerdos a parte de la tripulación de su nave, pero el héroe, con la ayuda de Mercurio, la obliga a devolverles su forma humana.
Después de haber escapado de las sirenas, que con sus cantos atraían a los marinos y los hacían naufragar, y después de haberse salvado de los monstruos marinos Escila y Caribdis, Odiseo llegó a la isla de Trinacria , donde sus compañeros atacaron a los animales sagrados, dedicados al dios del sol, Helios. El dios supremo, Zeus, los castigó destruyendo con sus rayos los navíos y pereciendo así todos sus tripulantes, a excepción de Odiseo, quien se salva aferrándose al palo mayor y a la quilla; y al cabo de nueve días arriba a la isla de Ogigia, morada de la ninfa Calipso, hija de Atlas. Ésta lo retuvo siete años a su lado y le dio un hijo, pero la nostalgia que Odiseo sentía por su hogar y por su esposa Penélope, lo inmunizan en las astucias de Calipso.
En una balsa construída por el mismo, escapa Odiseo y, tras dieciocho días de navegación, llega a la visea de Corcira, la isla de los feacios, pero Poseidón, al reconocerlo, deshace su balsa en pedazos. No obstante, con la ayuda de del velo de Ino gana la costa, donde se encuentra con Nausica, la hija del rey, que lo conduce a la cuidad y lo presenta ante sus padres, Alcinoo y Arete. Aquí es objeto del trata más amable y hospitalario y, cargado de presentes, los reacios, a bordo de uno de sus maravillosos navíos, lo conducen a su país, al cual arriba en momentos en que se halla entregado al sueño, después de veinte años de ausencia.
Odiseo llega a su casa precisamente a tiempo para evitar el desastre que amenazaba a su hogar. Más de un centenar de jóvenes de la nobleza de Ítaca y de las islas vecinas se habían presentado como pretendientes a la mano de la hermosa Penélope; habían perseguido a Telémaco, hijo de Odiseo, que ahora ya era un hombre, y derrochaban los bienes del ausente soberano.
Penélope, para entretener a los pretendientes, había fijado un plazo para decidirse por alguno de ellos. El mismo finalizaría cuando acabase de tejer una prenda de abrigo para su suegro, que destejía durante las noches.
Al cabo de este tejer y destejer, una de sus sirvientas reveló el secreto a los pretendientes, Penélope no tuvo más remedio que terminar la labor. Prometió entonces que elegiría a aquel que triunfara en un concurso de tiro de arco, empleando para ello la ballesta de Odiseo, con la esperanza de que ninguno de sus pretendientes fuera capaz de manejar el arma.
Disfrazado por la diosa Minerva de mendigo, el día anterior al concurso llega Odiseo a la isla. Acude en seguida a la cabaña del pastor Eumeo, quien lo recibe hospitalariamente, aunque sin reconocerlo. La misma diosa hace que Telémaco, el hijo de Odiseo, se reúna con su padre en el mismo sitio y ambos planean la venganza contra los pretendientes.
En un disfraz de mendigo se presenta Odiseo en su casa, donde con gran dominio de si mismo contiene su ira ante la arrogancia de los pretendientes, quienes lo trataban con el mayor desprecio.
Al siguiente día se realiza la prueba de tiro. Consiste la misma en disparar, a través de los mangos de doce hachas, con el arco de Odiseo. Ninguno de los pretendientes es capaz de doblar el arco y Odiseo ante el asombro de todos, realiza la proeza. Ayudado por Telémaco, Eufemo y otro pastor y la alentadora presencia de Minerva, atraviesa con sus flechas a los asombrados pretendientes.
Logrado su triunfo y dueño ya de su casa, Odiseo se da a conocer a Penélope, y visita a su anciano padre.

Mitología griega en el Museo de El Prado
Por último, como no podía ser de otra manera dada mi pasión por El Museo del Prado, adjunto un enlace del Museo sobre su colección de obras que alberga sobre temas de mitología griega…..quizá un buen plan para este puente

El sacrificio de Ifigenia:
Rodeado de sacerdotes, soldados, músicos y otros personajes que manifiestan su dolor, el rey Agamenón empuña el cuchillo para sacrificar a su hija, pero la diosa Artemisa intercede ordenando que sustituya la víctima por una cierva (Texto extractado de La Belleza Cautiva. Pequeños tesoros del Museo del Prado, Museo Nacional del Prado, Obra Social la Caixa, 2014, p. 164).








Que disfrutéis cada hora del fin de semana
Un cordial saludo
Alvaro Ballesteros






viernes, 28 de abril de 2017

La producción mezclada LEAN para la fabricación de trenes


Estimad@s Clientes y/o amantes del LEAN:


Introducción: ¿la fabricación en línea solo es aplicable a series largas de productos repetitivos?

Tradicionalmente se ha asociado la fabricación en línea a producciones en series largas de productos repetitivos. La imagen que todos tenemos de este concepto es la del creador del paradigma de la producción en línea: una cadena de automóviles produciendo continuamente vehículos iguales a un ciclo muy corto. Este es el modelo que dominó la industria desde su introducción por Ford hasta las dos últimas décadas del siglo XX.
En la última parte del siglo pasado, y en el mismo sector de la automoción, Toyota hizo de la necesidad virtud y adaptó el modelo de producción a sus propias necesidades para ganar competitividad, adaptando y extendiendo el sistema de producción en línea no solo a la línea de montaje sino al resto de los procesos de fabricación a través de los conceptos de producción pull, pieza a pieza, y nivelada a la demanda. Para Toyota la producción mezclada de diversas referencias de forma unitaria o en pequeños lotes es uno de los pilares del TPS (Toyota Production System), que está en la base de la evolución de la compañía desde el borde del precipicio al liderazgo mundial en menos de 30 años.
El éxito del paradigma establecido por Toyota se ha desarrollado en todo el mundo bajo la exitosa denominación de Producción LEAN, intentando aplicar sus principios básicos a los más variados sectores.  Uno de los sectores en los que la aplicación de los conceptos LEAN significa un reto importante es la fabricación de trenes.

La producción mezclada para la fabricación de trenes

La aplicación de los conceptos de nivelación de la producción y creación de flujo a la fabricación de trenes se traduce en la organización de la producción bajo un modelo de montaje en líneas de producción mezclada y ciclo largo (tack time de uno o varios días)
La implantación de este modelo de producción aporta ventajas competitivas importantes, necesarias para responder a las cada vez más exigentes condiciones del mercado. Algunas de las más importantes:
  • Reducción del lead-time total de producción, consecuencia de la eliminación de esperas y sincronización de operaciones que están implícitas en el concepto de fabricación en línea
  • Implantación del concepto de fabricación y entrega por composiciones (trenes) completos
  • Control efectivo de los plazos de fabricación y entrega, que es uno de los puntos críticos para la competitividad en el sector
  • Mejora del control de avance real de la fabricación y del control efectivo de la configuración, en un entorno en el que las modificaciones en el diseño habitualmente conviven con una buena parte del desarrollo del proyecto
  • Posibilidades reales de mejora de la sincronización de entrega de materiales por parte de los suministradores, hecho especialmente importante dado el gran número de materiales voluminosos y de alto coste utilizados
  • Integración del control de calidad en el proceso de fabricación, contribuyendo a la detección temprana de defectos de diseño o fabricación. En este punto es especialmente relevante la posibilidad de la realización temprana de las pruebas y ensayos que se realizan sobre la composición completa que se ven posibilitados por la orientación a la producción por composiciones

Requerimientos clave para el éxito de la producción mezclada en la fabricación de trenes

Sin embargo, el proceso de adopción del concepto de producción en línea, en un entorno de diseño y producción contra proyecto de un producto tan complejo como es un tren, no es un tema simple, y requiere el alineamiento de toda la organización participante en el desarrollo de cada proyecto:
  • Planificación y ejecución del diseño de producto de forma coherente con el plan de producción y entregas (Planificación “pull” desde la entrega a cliente)
  • Integración de la ingeniería de fabricación y de producto en los equipos de diseño, desde el comienzo del proyecto.
  • Integración de logística, compras y proveedores de sistemas, en los equipos de proyecto desde el comienzo de proyecto.

Migración hacia una Gestión Integral por Procesos interdepartamental / interempresarial

Esto exige, en muchos casos, una nueva forma de trabajo mucho más coordinada y orientada al trabajo en equipo, donde son claves algunos factores:
  • La disponibilidad de sistemas de información potentes y adaptados a un entorno de trabajo colaborativo, en los ámbitos de diseño, gestión de proyectos y gestión logística
  • El desarrollo de relaciones de colaboración permanentes con proveedores en todos los ámbitos: ingeniería, suministradores de sistemas técnicos, fabricantes…
  • Una organización interna flexible y adaptable, donde la figura del jefe de proyecto adquiere una especial relevancia.















Que disfrutéis cada hora del fin de semana
Un cordial saludo

Alvaro Ballesteros

sábado, 22 de abril de 2017

Mensajes amables de fin de semana: 23 de Abril, día del libro, un buen momento para rendir homenaje a La Ilíada


Estimad@s Clientes y/o amantes del LEAN:


Mañana domingo es 23 de Abril, día del libro
En este mundo en que todo está en Internet, y la prueba es el contenido que ( con dos clicks ) he encontrado para el tema de fondo de este escrito, siempre aconsejo de forma entusiasta cogerse un libro de esos que tenemos en casa y que hace años que no tocamos, hojearlo, buscar entre sus páginas aquellos párrafos que nos impactaron, disfrutar con el olor de las hojas, en fin rendir un pequeño homenaje a aquellos autores que en su día nos conmovieron
Yo he hecho este ejercicio, e inmediatamente me vino a la cabeza La Ilíada, de Homero
Alguna vez ya he contado que a los quince años tuve un maravilloso profesor de Historia del Arte y de Literatura que transmitía tal pasión por lo que enseñaba que logró que, sin ofrecer nada a cambio, el 70% de la clase fuéramos cada sábado al Museo de El Prado, solo por el placer de escucharle
Allí me enamoré de toda la cultura de la Grecia y Roma clásicas, y del libro que me recomendó nuestro querido profesor, la Ilíada, para los que estuviéramos interesados en profundizar un poco más en aquella deliciosa mezcla de héroes, dioses que formaban parte de los hitos y leyendas de aquellos sorprendentes siglos que tanto aportaron a la civilización occidental
Este escrito es un poco extenso, pero merece la pena dedicarle unos 30 min para, tranquilamente, conocer los detalles de una obra tan emblemática de la literatura de todos los tiempos: resaltaría la poderosa prosa de Homero, la gran personalidad de los protagonistas, tanto héroes como dioses, y la enorme huella que esta historia ha dejado en todos los grandes Museos del mundo, incluido El Prado, por supuesto…donde si quitaran todos los cuadros que alberga sobre este tema, simplemente dejaría de ser referencia mundial
   
El resto de este escrito está dedicado a resumir los enlaces que más me han gustado sobre este tema 

Resumen general

La Iliada comienza con el gran enfado de Aquiles, porque Agamenón, rey de los aqueos y jefe de la expedición griega contra Troya, se ha empeñado en quedarse con su esclava favorita, Briseida. En señal de protesta, Aquiles, con su ejército de mirmidones , decide mantenerse al margen de la batalla, en su campamento, junto a las naves griegas atracadas en las playas del Estrecho de los Dardanelos, cercano a Troya. (El Estrecho de los Dardanelos, Helesponto , es la franja marina que une el mar Egeo con el mar de Mármara; así como el mar de Mármara se comunica con el mar Negro, por el estrecho del Bósforo).




Esta decisión supone un grave perjuicio para los aqueos (nombre genérico dado a los griegos de la época micénica) que son diezmados por los defensores de Ilión, la acosada ciudad troyana donde residía el rey Príamo, padre de Héctor y de Paris, el raptor de Helena, esposa de Menelao, el hermano de Agamenón.
Los pocos días de batallas del décimo año de la guerra contra Troya que abarca el poema de la Iliada, van transcurriendo con suerte alternativa para ambos ejércitos. Los aqueos tratan en varias ocasiones de conseguir que Aquiles abandone su pasividad y les ayude a obtener la victoria, pero él se mantiene en su postura hasta que su amado primo y ayudante, Patroclo, es muerto por Héctor, el líder troyano.
Los dioses, divididos en dos bandos y en continuo ir venir del Olimpo, contemplaban la batalla desde el Monte Ida, situado a unos setenta kilómetros de Ilión, e intervenían en ella de forma encubierta encarnándose en héroes de apariencia humana. Unos apoyaban a los griegos y otros, a los troyanos. Zeus actuaba de árbitro, tomando decisiones en favor de uno u otro bando según consideraba que debía equilibrar la marcha de la batalla. Apolo fue el dios que más se jugó en el apoyo a los troyanos, no en balde la leyenda le atribuye la fundación de Troya.

L a muerte de Patroclo
Patroclo, ante la pasividad de su general en jefe, solicitó su permiso para incorporarse a la lucha utilizando las armas y la armadura de Aquiles.
Aquiles se lo concedió, recomendándole que no se arriesgara demasiado.
Pero Patroclo, enardecido por el fragor de la contienda, dio muerte a varios troyanos, entre ellos a Sarpedón. Aquello desagradó a Zeus que empezó a planear su muerte y alentó que Héctor y los suyos le acosaran sin descanso.
Apolo, siguiendo órdenes de Zeus, rescató el cuerpo de Sarpedón para que los "hermanos gemelos, Muerte y Sueño", lo transportaran a Licia y pudiera ser enterrado con todos los honores. Después se encarnó en Asio, tío de Héctor, y se dirigió a él con estas palabras: "...guía los corceles de duros cascos hacia Patroclo y trata de matarle, Apolo te dará apoyo".
Cuando Patroclo vio que el carro de Héctor se acercaba velozmente, lanzó una piedra que acertó en plena frente del auriga de Héctor, haciendo que sus ojos saltaran de las órbitas, cayendo en el polvo.
El auriga cayó del asiento a tierra. Héctor descendió del carro y se enfrentó a Patroclo... "Se enfrentaron como dos leones hambrientos que en el monte pelean furiosos por el cadáver de una cierva..., pues así tiraban el uno y el otro del cuerpo exánime del auriga".



Aquiles llora ante el cadáver de Patroclo

Ayudado por los aqueos, Patroclo se hizo, al fin, con el auriga muerto y siguió atacando a los teucros que defendían a Héctor. Pero había llegado su hora. Apolo, en la confusión del combate, le golpeó por la espalda y le quitó el refulgente yelmo de Aquiles, que rodó sobre el polvoriento suelo por primera vez desde que fuera forjado.
Patroclo sintió que le abandonaban las fuerzas, cuando, de pronto, sintiose alcanzado por la pica de Euforbo. Héctor, al verle herido, fue a su encuentro y "le envasó la lanza por la parte inferior del vientre". Las últimas palabras de Patroclo fueron para Héctor, al que predijo una pronta muerte.
Menelao dio muerte inmediata a Euforbo y se dispuso con los aqueos a defender y rescatar el cuerpo de Patroclo. Ante la llegada de Héctor, pidió ayuda a Ayax y se entabló una fiera lucha entre teucros y troyanos por hacerse con el cuerpo de Patroclo. Ayax le pidió a Menelao que enviara un mensaje a Aquiles avisándole de la muerte de Patroclo, mientras el resto de los combatientes era alentado a defender el cuerpo del muerto. Menelao, a su vez, encargó a Antíloco que trasmitiera el mensaje y se puso a defender el cuerpo de Patroclo que, entre todos, iban retirando perseguidos de cerca por los teucros.
Cuando Aquiles escuchó el nefasto mensaje "Dio un horrendo gemido que oyó hasta su madre, la diosa Tetis, desde el fondo del mar". Tetis se trasladó veloz, con toda su corte de nereidas, junto a su hijo que, al verla, proclamó sus deseos de venganza; ella le respondió..."Breve será tu existencia, a juzgar por lo que dices; pues la muerte te aguarda así que Héctor perezca". A lo que él contestó..."Sufriré la muerte cuando lo dispongan Zeus y los demás dioses inmortales. Pues ni el fornido Hércules pudo librarse de ella".
Tetis le dijo..."Pero tu magnífica armadura, regalo de los dioses a tu padre Peleo el día que me colocaron en su tálamo, la tiene Héctor que se vanagloria de cubrir con ella sus hombros..." - y añadió - "Tu no entres en combate hasta que mañana, al romper el alba, te traiga una hermosa armadura fabricada por Hefesto (Vulcano)". Dicho esto, la diosa envió sus acompañantes al seno del anchuroso mar y se dirigió al Olimpo para encargar la magnífica armadura.
Mientras, la pelea por el cuerpo de Patroclo continuaba entre teucros y aqueos y todo indicaba que Héctor y los suyos se iban a apoderar del macabro botín. Pero la diosa Iris, enviada por Hera (Juno), se presentó ante Aquiles y le dijo: "Levántate y no yazcas más; avergüéncese tu corazón de que Patroclo llegue a ser juguete de los perros troyanos; pues debiera ser para ti motivo de afrenta que el cadáver sufra algún ultraje". "¿Pero cómo habría de combatir sin mi armadura?"- preguntó Aquiles. A lo que ella contestó: "Basta con que te muestres a los teucros a la orilla del foso que rodea las naves para que, temiéndote, cesen de pelear".
Tres veces, el divino Aquiles, gritó a orillas del foso y tres veces se turbaron los teucros; y doce de los más valiosos guerreros murieron atropellados por los carros y heridos por sus propias lanzas. Los aqueos, aprovechando la confusión causada por las tremendas voces de Aquiles, consiguieron poner a Patroclo fuera del alcance de los enemigos y se encaminaron hacia el campamento.

Hera, la de los grandes ojos, obligó al sol infatigable a hundirse, mal de su grado, en la corriente del Océano y, una vez puesto, los divinos aqueos suspendieron la enconada pelea y el general combate. Los troyanos pensaron en regresar al amparo de la amurallada Ilión por temor a Aquiles si permanecían en campo descubierto, pero Héctor se opuso y expresó su deseo de enfrentarse al mirmidón: "Me propongo no huir de él sino enfrentarlo en batalla horrísona; y alcanzará una gran victoria o seré yo quien la consiga. Que Ares (Marte) es a todos común y suele causar la muerte del que matar desea".
En el campamento griego, Aquiles lloraba y velaba el cadáver de su amigo: "Esta tierra me contendrá en su seno, ya que he de morir, ¡oh Patroclo!, después que tú. No te haré honras fúnebres hasta que traiga tus armas y la cabeza de Héctor. Degollaré ante la pira funeraria, para vengar tu muerte, doce hijos de ilustres troyanos, y en tanto permanezcas tendido junto a las corvas naves, te rodearán, llorando noche y día, las troyanas y dardanias de profundo seno que conquistamos con nuestro valor y la ingente lanza, al entrar a saco en las opulentas ciudades de hombres de voz articulada".

La furia de Aquiles
Cuando la aurora, de azafranado velo, se levantaba de la corriente del océano para llevar la luz a los dioses y los hombres, Tetis llegó a las naves con la fulgente armadura que Hefesto le había forjado. Halló al hijo querido reclinado sobre el cadáver de Patroclo, llorando ruidosamente, rodeado de muchos amigos que derramaban lágrimas.
Tetis, la de la casta de Zeus, divina entre los dioses, cogió la mano de Aquiles y le habló de este modo: "Hijo mío, a pesar de nuestra aflicción, dejemos yacer a Patroclo, ya que sucumbió por designio de los dioses, y tú recibe esta ilustre armadura, tan bella como jamás varón alguno haya llevado sobre sus hombros". Aquiles sintió como renacía su cólera, ante la vista de la armadura, a la vez que se gozaba del espléndido presente de Hefesto. Expresó a su madre su preocupación por la descomposición del cuerpo del amigo, invadido por un enjambre de moscas.
Tetis vertió unas gotas de ambrosía, el nectar de los dioses, para que el cuerpo se conservara fresco. Después pidió a su hijo que se armara para el combate contra los troyanos. Aquiles vistió la brillante armadura, cogió la grande lanza, que solo él podía manejar, y se dirigió hacia donde estaban los demás héroes aqueos, en la orilla del mar junto al recinto de las naves, y les convocó dando pavorosos alaridos.



Aquiles arrastra el cuerpo de Héctor



Todos acudieron, encabezados por Diomedes y Ulises (Odiseo) que cojeaba a causa de sus heridas, y le rodearon. También llegó el rey Agamenón que, con la apropiación de la esclava Briseida, había provocado el enojo de Aquiles y su renuncia a participar en el combate contra los troyanos. Aquiles le recriminó su conducta, pero expresó su deseo de volver a combatir si obtenía satisfacción del rey.
Agamenón le contestó disculpándose por su comportamiento, atribuyó a los dioses su pérdida de juicio al provocar aquel incidente y le prometió entregarle a la esclava y numerosos presentes como muestra de su arrepentimiento. Aquiles aceptó las disculpas y expresó su firme voluntad de entrar inmediatamente en combate: "Para que todos vean a Aquiles entre los primeros combatientes, aniquilando con su lanza las falanges de los teucros".
El ingenioso Ulises, hijo de Laertes, pidió que se celebrara un gran desayuno para tomar fuerzas para la lucha y añadió: "Que Agamenón entregue los presentes a Aquiles y que jure que nunca subió al lecho de Briseida, ni yació con ella, como es costumbre entre hombres y mujeres. Y tú, Aquiles, procura tener en el pecho un ánimo benigno".
Agamenón estuvo de acuerdo y añadió: "Estoy presto a ese juramento y no invocaré el nombre de la deidad con perjurio". A continuación, ordenó que se trajeran los presentes para Aquiles y que se inmolaran animales y un jabalí en honor de Zeus y del sol, siempre invocado en los juramentos por ser el que todo lo veía sobre la tierra. Aquiles pidió que se demoraran estas ceremonias para después del combate, pero Ulises insistió en su propuesta y Aquiles acabó por consentir, al ver que aquello era lo que sus compañeros y las tropas deseaban.
Se entregaron los presentes, entre los que figuraban siete doncellas expertas en intachables labores, doce caballos, diez talentos de oro (unos trescientos kilos) y la joven Briseida. Después Agamenón hizo el juramento: "Sean testigos Zeus, la Tierra y el Sol y las Furias (Iras o Eriníes) que bajo tierra castigan a los muertos que fueron perjuros que jamás he puesto mano sobre Briseida". A continuación degolló el jabalí con el despiadado bronce y dijo: "Zeus padre, ¡Cómo llegas a confundir a los hombres!. Jamás, Aquiles, habría sido capaz de arrebatarme a Briseida contra mi voluntad. Pero, sin duda, querías la muerte de muchos aqueos. Ahora - dijo, dirigiéndose a los hombres - id a comer y luego trabaremos feroz lucha contra los teucros".
La asamblea se disolvió y cada uno marchó a su nave. Los mirmidones de Aquiles se hicieron cargo de los regalos, portándolos al campamento. Briseida, semejante a la áurea Afrodita, se dirigió llorosa hacia el tálamo donde yacía Patroclo y entre sollozos exclamó: "¡Oh, Patroclo, amigo carísimo de esta desventurada!, vivo te dejé al partir de la tienda, y te encuentro difunto al volver. ¡Cómo me persigue la desgracia!. Muerto mi esposo por Aquiles y tomada de la ciudad de Mines (Lirneso), tu no me dejabas llorar diciendo que lograrías que fuera la mujer legítima del divino Aquiles y que entre los mirmidones, en su reino, celebraríamos el banquete nupcial. Ahora que has muerto, no me cansaré de llorar por ti que siempre fuiste dulce conmigo".

Aquiles continuaba llorando a su amigo y sin probar bocado. Zeus se apiado de él y envió a Atenea, su protectora, para que le alimentara con néctar y ambrosía, para evitar que desfalleciera durante el combate. Atenea, semejante a un halcón de desplegadas alas, descendió del cielo, a través del éter y las nubes, y alimentó a su protegido, sin que él lo advirtiera, para evitar que flaquearan sus rodillas.
Después, regresó al palacio del prepotente padre. Mientras, la riada de soldados se alejaba de las naves y el brillo de sus cascos asemejaba los copos de nieve que envía Zeus, en alado vuelo, bajo el impulso del frío Bóreas, nacido del éter. Así de grande era el número de hombres que abandonaban las naves dispuestos al combate, y refulgente el brillo de sus yelmos, armaduras, escudos y lanzas. El fulgor llegó al cielo y la tierra se mostraba risueña por los rayos que despedía el bronce. El gran ruido que surgía de los pies de los guerreros se alzaba hasta el cielo.
Aquiles, lleno de furia, portaba la armadura forjada por Hefesto. Púsose en las piernas las grebas ajustada con hebillas de plata; protegió su pecho con la coraza, colgó del hombro la espada de bronce guarnecida con argénteos clavos, y se embrazó el grande y fuerte escudo, cuyo resplandor semejaba de lejos el resplandor de la Luna.
Cubrió la cabeza con el fornido yelmo que brillaba como un astro y sobre él ondeaban las áureas y espesas crines de caballo que Hefesto colocara en la cimera. Sacó de su estuche la poderosa lanza que solo él podía manejar y alzándola y rugiendo como un león la agitó amenazante en el aire sobre su cabeza. En tanto, los aurigas se aprestaban a uncir los caballos a los carros, sujetándolos con hermosas correas de cuero brillante; empujaron los frenos entre las mandíbulas y tendieron las riendas hacia atrás, atándolas a la fuerte caja de los carros.
El auriga Automedonte saltó al carro con el magnífico látigo y Aquiles, cuya armadura refulgía como el mismo Sol, subió tras él y con horribles gritos jaleó a los corceles: ¡Janto (Xanthos) y Balio (dos caballos), ilustres hijos de Podarga! Cuidad de traer salvo al campamento de los danaos al que hoy os guía; y no le dejéis muerto en la liza como a Patroclo". Janto, al que Hera dotó de voz, bajó la cabeza, sus ondeantes crines se desplazaron hasta el suelo, pasando sobre la extremidad del yugo, y respondió: "Aquiles, hoy te salvaremos, pero está cerca el día de tu muerte. Nosotros correríamos como soplo del Céfiro, que es tenido como el viento más rápido.
Pero tú, como Patroclo, estás destinado a sucumbir a manos de un dios y de un mortal". Dichas estas palabras, las furias les cortaron la voz y Aquiles, indignado, le contestó así: "Janto, ¿Porqué vaticinas mi muerte? Ya sé que mi destino es perecer aquí, lejos de mi padre; mas, con todo eso, no he de descansar hasta que harte de combate a los teucros". Esto dijo; y dando voces, dirigió los solípedos caballos hacia las primeras filas del ejército.



                                            Príamo suplica a Aquiles por el cuerpo de Héctor



Esposa e hijo de Héctor ante el cadáver


El combate (canto XX y siguientes)
Zeus ordenó a Temis que convocara una asamblea de los dioses. Todos acudieron y se acomodaron expectantes en rededor del dios. Zeus les indicó que la intervención de Aquiles podía suponer el fin de los troyanos: "Pues si Aquiles, el de los pies ligeros, combatiese solo contra los teucros, estos no resistirían ni un instante su acometida". Después les pidió que se dividieran en dos bandos y que intervinieran en el combate para equilibrar las fuerzas.
En auxilio de los aqueos se encaminaron: Hera (Juno), Palas Atenea (Minerva), Poseidón (Neptuno), Hermes (Mercurio) y Hefesto (Vulcano), y hacia las tropas troyanas acudieron: Ares (Marte), Febo Apolo (Apolo), Artemisa (Diana), Leto (Latona), Janto (un dios menor del río del mismo nombre, cercano a Ilión) y Afrodita (Venus). (Conviene recordaros que Hera era la madre e Eneas y Afrodita la vencedora del juicio de París, en que éste la había elegido como la más bella entre las diosas).

Mas así que los olimpios penetraron entre los guerreros, levantóse la terrible discordia que enardece a los varones y les hace venir a las manos, estableciendo la feroz contienda.
Zeus, desde lo alto del Monte Ida, observatorio de los dioses durante la batalla (el Monte Ida se encuentra a unos 70 kilómetros de Troya), tronó horriblemente, y Poseidón sacudió desde las profundidades la inmensa tierra. Asustóse Aidoneo (Plutón), rey de los infiernos, y saltó de su trono temiendo que la tierra se abriese y se hicieran visibles las horrendas y tenebrosas mansiones de los muertos, visión que hasta las deidades aborrecían.
Ares alentaba a Héctor y Apolo a Eneas a enfrentarse con Aquiles, para frustrar el deseo de éste de enfrentarse a Héctor, pero Eneas le dijo al dios: "...Ningún hombre puede combatir con Aquiles, pues a su lado siempre acude alguna deidad que le libra de la muerte. Si un dios me apoyara para igualar las condiciones del combate, Aquiles no me vencería". Apolo insistió: "¡Héroe! Ruega tu también a los dioses auxilio, pues dicen que naciste de Afrodita, hija de Zeus, y el pelida es hijo de una diosa inferior, pues la primera desciende de Zeus y Tetis fue hija del anciano del mar.
Levanta el indomable bronce y marcha al encuentro de Aquiles. Así lo hizo Eneas. Cuando Aquiles lo tuvo frente a frente le dijo que para que trataba de enfrentarse con él si sabía que podía vencerle como ya lo hizo tiempo atrás: "Te aconsejo que vuelvas con tu ejército, antes de padecer daño alguno; que el necio solo conoce el mal cuando ha llegado".
Pero Eneas, orgulloso de su linaje, respondió desafiante y arrojó su lanza contra Aquiles que con gran estruendo se clavó en el imponente escudo, recubierto de láminas de bronce oro y plata, del hijo de Peleo que, a su vez, lanzó la suya traspasando el escudo de Eneas y, pasando sobre su hombro, se hincó en el suelo.
Aquiles desnudó la espada y se abalanzó sobre Eneas. Poseidón, viendo que Eneas quedaba a merced de su atacante, fue en su auxilio. Extendió una nube y elevó a Eneas por encima de los combatientes, llevándolo al otro extremo del campo de batalla sin que Aquiles lo advirtiera, y le dijo: "Retírate cuantas veces le encuentres, no sea que te haga descender a la morada del Hades (el reino de los muertos). Pero cuando Aquiles muera, según está escrito, no temas luchar entre las primeras filas, pues ningún aqueo te podrá matar (¿Qué hubiera sido de la Eneida de Virgilio sin Eneas?).
Cuando la niebla se retiró de los ojos de Aquiles, éste comprendió que algún dios había favorecido a Eneas, haciéndole desaparecer.



Paris llega a troya con Helena

Aquiles, saltando entre las filas, arengó a los aqueos incitándoles al combate cuerpo a cuerpo. Héctor, desde su posición, hacía lo mismo con los teucros y buscaba el encuentro con Aquiles. Pero Apolo logró disuadirle de un enfrentamiento directo. Mientras, muchos valerosos teucros caían bajo el ímpetu de Aquiles que se batía en feroz combate contra todos los que se ponían a su alcance. Una de sus numerosas víctimas, Polidoro, hermano de Héctor, fue atravesado de parte a parte por la lanza del pelida y, encorvado, con las entrañas en la mano, fue visto por Héctor que, furioso, fue al encuentro de Aquiles arrojándole su lanza. Atenea, con un leve soplo, desvió la trayectoria e hizo que el arma retornara a los pies de Héctor.
Aquiles arremetió contra él dando horribles gritos, pero Apolo cubrió a Héctor con una densa niebla, ocultándole, como hiciera Poseidón con Eneas, de la vista de Aquiles que, rabioso, exclamó, tratando de acertar a ciegas con la carne de Héctor que se le ocultaba: "De nuevo te has librado de la muerte. Yo acabaré contigo, más tarde, si algún dios me ayuda, como contigo han hecho" y siguió esparciendo, con saña, la muerte por todos lados. El ímpetu de Aquiles se extendía a todos sus guerreros y lograron que los teucros buscaran refugio en la amurallada Ilión, donde Príamo veía aproximarse el desastre.



Aquiles da muerte a Héctor

Los griegos habrían asaltado Troya de no ser porque Apolo incitó a Agenor a interponerse y arrojar su lanza sobre Aquiles, el invencible. La pica rebotó en la formidable armadura que Hefesto forjara. Viendo Apolo que el pelida corría veloz hacia Agenor, le retiró de la batalla, tomando su forma. Inició una carrera, distanciándose del recinto amurallado de la ciudad, mientras Aquiles y los suyos le perseguían.
Esta maniobra de distracción, permitió que los teucros lograran refugio en la ciudad, que "como cervatos se recostaron en los hermosos baluartes, refrigeraron el sudor y bebieron para apagar la sed".
El hado funesto solo detuvo a Héctor para que permaneciera fuera de los muros de Ilión, junto a las puertas esceas. Apolo, harto de la carrera de distracción de Aquiles y los suyos, se encaró con él y le reveló el engaño.
Aquiles, enfurecido con el dios, exclamó: "¡Oh flechador, el más funesto de los dioses!. Me engañaste, alejándome de la muralla, cuando todavía habrían mordido la tierra muchos teucros, antes de llegar a Ilión. Me has privado de alcanzar una gloria no pequeña, y has salvado con facilidad a los teucros, ya que no temes mi venganza. Y, ciertamente, me vengaría de ti si mis fuerzas lo permitieran". Dicho esto, sin esperar contestación del dios, regresó corriendo a las murallas de la ciudad; como el corcel vencedor en la carrera de carros, trotaba el veloz Aquiles, tan ligeramente movía los pies y rodillas.
Príamo fue el primero, desde su torre, en verle venir por la llanura, tan resplandeciente como el astro que en otoño se distingue entre otras muchas estrellas, por sus vivos rayos, durante la noche oscura y recibe el nombre del perro de Orión (Cannis Minor), el cual, con ser brillantísimo, constituye una señal funesta, porque trae excesivo calor a los míseros mortales; de igual manera centelleaba el bronce sobre el pecho del héroe, mientras corría.
Príamo, viendo que su hijo amado permanecía inmóvil junto a las puertas, le pidió a gritos que no continuara, allí, solo y le urgió a que entrara en la ciudad. Príamo ya echaba en falta, entre los muros de la ciudad a sus otros dos hijos, Polidoro y Licaón, que habían sido muertos por Aquiles, y le dijo a Héctor: "Ven adentro del muro, hijo querido, para que salves a los troyanos y las troyanas; no quieras proporcionar inmensa gloria al pelida y perder tú mismo la existencia. ¡Compadécete de mí! De este infeliz y desgraciado que aún conserva la razón, después de contemplar tantas desventuras: muertos mis hijos, esclavizadas mis hijas, destruidos los tálamos, arrojados los niños por el suelo en el terrible combate y las nueras arrastradas por las fuertes manos de los Aqueos...".
Príamo y Hécuba siguieron con sus ruegos a Héctor para que entrara en la ciudad, pero Héctor se consideraba responsable del desastre sobrevenido sobre su ejército por haberse empeñado en mantenerlo fuera del recinto de la ciudad, plantando cara a los aqueos en campo abierto.
Por unos instantes, pensó en dejar las armas contra las murallas y tratar de negociar con Aquiles una rendición honrosa de Ilión, devolviendo a Helena y los tesoros que Alejandro (Paris) trajera con ella a Troya. Además, le propondría entregar la mitad de los tesoros de la ciudad contenía, pero se dijo: "No, no iré a suplicarle; que sin tenerme consideración ni respeto, me matará inerme, como a una mujer, tan pronto como deje las armas. Imposible es conversar con él desde lo alto de una encina o de una roca, como un mancebo con una doncella: sí, como un mancebo y una doncella suelen conversar. Mejor será comenzar el combate, para que veamos a quién concede Zeus la victoria. Cuando vio que Aquiles se le acercaba, cual si de Ares se tratara, con su armadura y su escudo brillando como el resplandor del fuego del sol naciente, se echó a temblar y huyó espantado.


Como el gavilán se lanza en vuelo tras la tímida paloma, así Aquiles volaba enardecido tras de él. En la loca carrera llegaron a dos cristalinos manantiales, que son las fuentes del río Janto voraginoso. El primero tiene agua caliente y lo cubre el vapor como si allí hubiera un fuego abrasador; el agua que brota del segundo es, en verano, como el granizo, la fría nieve o el hielo.
Cerca hay unos lavaderos de piedra, grandes y hermosos, donde las esposas y las bellas hijas de los troyanos solían lavar sus magníficos vestidos en tiempo de paz. Por allí pasaron los dos contendientes, en veloz carrera, y así llegaron a dar tres vueltas a la ciudad de Príamo.
Los dioses les contemplaban y Zeus dijo: "Mi corazón se compadece del caro Héctor, que tantos muslos de buey ha quemado, en mi obsequio, en las cumbres del Monte Ida. ¡Deliberad, oh, dioses!, y decidid si le salvaremos de la muerte horrísona o dejaremos que muera a manos de Aquiles".
Respondiole Atenea: "¿De nuevo quieres salvar de la muerte a Héctor a quien el hado ha condenado a morir? Hazlo, pero no todos los dioses lo aprobaremos".
Zeus le contestó, abrumado por la vehemencia de su hija: "Tranquilízate, hija querida, pues quiero ser complaciente contigo. Obra conforme a tus deseos y no desistas en tu empeño de ver muerto a Héctor".
La diosa descendió en raudo vuelo sobre la llanura. Mientras tanto, Aquiles acortaba distancia, sin cesar de correr tras Héctor, impidiendo una y otra vez que éste se acercara a las puertas de la ciudad. Ni Hector podía escapar de Aquiles, ni éste conseguía dar alcance a Héctor, que había recibido fuerzas de Apolo por última y postrera vez. Aquiles hacía señas a sus guerreros para que no dispararan flechas contra el perseguido, ni trataran de detenerle, pues quería para sí mismo toda la gloria.
Cuando, en la cuarta vuelta, pasaban por los manantiales, Zeus tomó la balanza de oro y puso en cada lado la suerte de cada uno de ellos. La balanza se inclinó bajo el peso del día fatal de Héctor y penetró hasta el Orco. Al instante, Apolo desamparó al troyano y Atenea se acercó a Aquiles: "Párate y respira; persuadiré a Héctor para que luche contigo frente a frente"- le dijo - y fue en busca de Héctor tomando la forma de Deifobo, hermano de Héctor.
Llegó hasta él y le pidió que rechazara el ataque del pelida: "¡Mi buen hermano! Nuestro padre, nuestra venerable madre y los amigos me abrazaban las rodillas y me suplicaban que me quedara con ellos; de tal modo tiemblan todos, pero mi ánimo se sentía atormentado por grave pesar y vengo en tu auxilio. Ahora peleemos con brío sin dar reposo a la pica, para ver si Aquiles nos mata y se lleva nuestros sangrientos despojos a sus cóncavas naves o sucumbe vencido por tu lanza". Dicho esto, Atenea se puso a caminar obligando a Héctor a acompasar su paso.
Cuando llegaron frente a Aquiles, Héctor le dirigió estas palabras: "No huiré más de ti, como hasta ahora. Mi ánimo me impele a afrontarte, ora te mate, ora me des muerte. Si Zeus me concede la victoria y te arranco la vida, cuando te haya despojado de tus armas entregaré el cadáver a los aqueos. Obra tu conmigo de igual manera y entrega mi cuerpo a mi familia.
A lo que Aquiles respondió: "No me hables de pactos, ¡¡Maldito!!. Igual que no es posible la alianza entre los leones y los hombres, ni el acuerdo entre lobos y corderos, que solo piensan en destrozarse los unos a los otros, tampoco puede haber pactos ni amistad entre nosotros, hasta que uno de los dos caiga y Ares quede saciado de sangre. Revístete de valor, pues es preciso obrar como belicoso y esforzado campeón. Ya no puedes escapar, pues Atenea te hará sucumbir, herido por mi lanza, y pagarás todos los dolores causados a mis amigos, a los que mataste cuando manejabas furiosamente la pica".
Diciendo esto, blandió y arrojó con furia la fornida lanza. Héctor reaccionó con agilidad y evitó el golpe. La lanza se clavó en el suelo. Atenea la recogió y la devolvió a Aquiles sin que Héctor lo advirtiese. "¡Erraste el tiro, deiforme Aquiles!... Ahora, ¡guárdate de mi broncinea lanza!. ¡Ojalá toda ella se escondiera en tu cuerpo! La guerra sería más liviana para los troyanos si tu murieses, porque eres su mayor azote".
Así habló Héctor y lanzó la lanza que rebotó en el escudo de Aquiles. Cuando se volvió hacía Deifobo, para pedir otra pica, vio que éste había desaparecido y comprendió el engaño de los dioses: "¡Oh, ya los dioses me llaman a la muerte! - exclamó - cercana la tengo y no puedo evitarla. Así les habrá placido a Zeus y Apolo que antes me salvaban de los peligros. ¡Cumpliose mi destino!. Pero no quisiera morir cobardemente, sin gloria, sino realizando algo grande que llegara a conocimiento de los tiempos venideros".
Dicho esto, desenvainó la espada y se arrojó contra Aquiles, como el águila de alto vuelo se lanza sobre la llanura, atravesando las nubes, para arrebatar un tierno cordero o una trémula liebre. Aquiles embistiole, a su vez, con el corazón rebosante de feroz cólera, mientras, rápido, examinaba la parte más vulnerable del cuerpo de Héctor, protegido, como estaba, por la armadura de Aquiles que arrancara del cuerpo de Patroclo, después de darle cruel muerte. Solo quedaba al descubierto el lugar en que las clavículas separan el cuello de los hombros, la garganta, que es el sitio por donde más pronto escapa el alma. Por allí le envainó la pica y la punta asomó por la nuca, sin dañarle la traquea para que pudiera hablar y responderle.
Héctor cayó sobre el polvo, y Aquiles, jactándose del triunfo, le dijo: "...A tí los perros y las aves te despedazarán ignominiosamente, y a Patroclo le haremos honras fúnebres". Héctor, con tenue voz, respondió: "No permitas que los perros me despedacen y devoren junto a las naves aqueas. Acepta el bronce y el oro que, en abundancia, te darán mis padres, y entrega el cadáver a los míos para que lo lleven a mi casa y los troyanos lo pongan en la pira".
Aquiles, mirándole con torva faz, replicó: "No me supliques ¡¡perro!!. Ojalá el furor y el coraje me incitaran a despedazarte, cortar tus carnes y comérmelas crudas. Nadie podrá apartar tu cuerpo de los perros y las aves de rapiña; aunque me quieran pagar tu peso en oro, así no podrá tu madre ponerte en un lecho para llevarte".
Ya moribundo, Héctor contestó: "Tienes en el pecho un corazón de hierro. Guárdate de atraer sobre ti la cólera de los dioses, por obrar así conmigo, se acerca el día que Paris y Apolo te harán desaparecer.
Diciendo esto, la muerte le cubrió con su manto: el alma voló de los miembros y descendió al Orco. Aquiles dijo: ¡¡Muere!! Yo acogeré gustoso mi parca y perderé la vida cuando los dioses inmortales dispongan que se cumpla mi destino". Arrancó la lanza del cuello del muerto y le despojó de la ensangrentada armadura. Acudieron, entonces, los demás aqueos y con sus picas hendían el hermoso cuerpo inerme, mientras decían: "¡Oh dioses! Héctor es ahora mucho más blando de tocar que cuando prendió nuestras naves con el voraz fuego".
Aquiles pensó mantener el cerco de la ciudad, pues, los troyanos, muerto su héroe, tal vez estuvieran dispuestos a rendirse, pero recordó que Patroclo debía ser honrado, alcanzada la venganza, y ordenó a sus hombres que regresaran a las naves cantando el himno de la victoria, el peán. Por su parte, para tratar con ignominia el cuerpo de Héctor, traspasó con correas los tobillos del vencido, entre el hueso y los tendones (hoy llamados de Aquiles), y las ató al carro, de modo que la cabeza quedara sobre el suelo para ser arrastrada por el polvo.
Luego, recogió la armadura, arrancada del cuerpo de Héctor, y subiendo al carro fustigó los caballos que, gozosos, partieron raudos. La cabeza de Héctor se hundía golpeada en el suelo y su negra cabellera se esparcía por el polvo. Hécuba, su doliente madre, al verlo se arrancaba los cabellos y, apartando su velo, prorrumpió en elevado llanto. Príamo, desde los baluartes de Ilión, gemía lastimeramente y, con él, toda Ilión era presa de lamentos y llantos.
La esposa de Héctor, que se hallaba en el interior del palacio, preparando el baño para recibir a su esposo, oyó los gemidos que se extendían por las estancias y, temiendo que su amado fuera el motivo, se precipitó hacia la alta torre. Desde allí, contempló como Aquiles, en su carro, arrastraba el cuerpo del difunto hacia el campamento aqueo. Se le desmayó el alma y cayó de espaldas, apenas sostenida por sus cuñadas. Cuando recobró el aliento, comenzó a arrancarse los vistosos lazos, la diadema, la redecilla, la trenzada cinta y el velo que la dorada Afrodita le había regalado el día de sus esponsales.
Aquiles llegó al lecho de Patroclo, junto a las naves, y, colocando sus homicidas manos sobre el pecho del amigo muerto, exclamó: "¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en el Orco! Voy a cumplir cuanto te prometiera. He traído arrastrando el cuerpo de Héctor, que entregaré a los perros para que lo despedacen cruelmente; y degollaré, ante tu pira, doce hijos de troyanos ilustres por la cólera que me causó tu muerte".
Se celebró a continuación un banquete funeral en el que se sacrificaron numerosos animales. Alrededor del cadáver, corría la sangre en abundancia por todas partes. Finalizado el banquete, todos se retiraron a sus naves y Aquiles no tardó en ser vencido por el sueño y, entonces, vino a encontrarle el alma de Patroclo para pedirle ser enterrado cuanto antes y de este modo poder descender al Orco. También le recordó su próxima muerte y expresó el deseo de que sus huesos fueran colocados junto a los suyos en el mismo túmulo. Aquiles, tras indicarle que cumpliría sus deseos, fue a darle un abrazo y el alma de Patroclo, cual si fuera humo, se disipó y penetró en la tierra dando chillidos.
Al despertar la aurora, Agamenón envió a por leños para levantar la pira funeraria en la playa. Una vez estuvo dispuesta, Aquiles se cortó los dorados cabellos y los esparció sobre las manos del difunto. Después, pidió que se inmolaran muchos corderos y con la grasa desprendida de los quemados cuerpos, cubrió el cadáver del amigo de los pies a la cabeza; llevó también a la pira un ánfora de miel y otra de aceite y las vertió sobre el cuerpo y el lecho.
Arrojó sobre la pira: cuatro corceles, dos de los nueve perros del rey y los cuerpos de los doce hijos de troyanos ilustres degollados a los que había dado muerte con su lanza. Y, a continuación, entregó la pira a la indomable violencia del fuego, diciendo: "¡Alégrate, oh Patroclo! Yo he cumplido cuanto te prometí, pero a Héctor no lo entregaré a la hoguera sino a los perros, para que lo destrocen.
Afrodita, hija de Zeus, mantenía el cuerpo del troyano apartado de las vista de los aqueos y procedió a ungirlo con un divino aceite rosado para que Aquiles no lo lacerase al arrastrarlo. Mientras, Apolo cubrió el cielo con una nube, para evitar que el sol secara los miembros y nervios del héroe caído. Así le cuidaban los dioses, compadecidos de la fatal suerte de su antiguo protegido.
Como la pira ardía levemente, Aquiles imploró a los vientos que soplaran con fuerza. Estos, que estaban celebrando un banquete en la morada del impetuoso Céfiro, se levantaron con inmenso brío, esparcieron las nubes, hicieron crecer las olas y, pasando por encima del mar, llegaron a Troya y cayeron sobre la pira, haciendo que el fuego abrasador bramara con furia. Al amanecer, los vientos regresaron a sus moradas y los hombres sofocaron con negro vino las ya agotadas llamas. Procedieron a recoger los huesos de Patroclo, los encerraron en una urna de oro, la sellaron con doble capa de grasa, la cubrieron con un sutil velo y la colocaron sobre un túmulo.
Aquiles organizó, después, una serie de juegos, en los que se abstuvo de participar, prometiendo a los ganadores valiosos premios. Primero, tuvo lugar una carrera de cuádrigas en las que participaron varios héroes aqueos, siendo el tidida Diomedes el que se alzó con la victoria. A continuación se celebraron: un campeonato de lucha, carreras a pie, y lanzamiento de picas.
Finalizados los juegos, los guerreros se dispersaron, tomaron la cena y se regalaron con el dulce sueño. Aquiles no podía conciliar el sueño y vagó triste por la playa. Más tarde, unció al carro los ligeros corceles y atando el cadáver de Héctor, lo arrastró, dando varias vueltas alrededor del túmulo de Patroclo. Luego, volvió a la tienda, dejando el cadáver tendido con la cara sobre el polvo.
Algunos dioses se compadecían del muerto e instigaban a Apolo a que hurtase el cuerpo de Héctor. Pero Hera y Atenea se oponían. (Ellas fueron las diosas perdedoras en el Juicio de Paris, en el que el troyano declaró que Afrodita era la más bella entre las tres diosas concursantes. Las perdedoras nunca perdonaron a Paris semejante decisión).
Zeus intervino, al fin, y consideró que lo mejor sería que la madre de Aquiles, Tetis, convenciera a su hijo de que debía restituir el cadáver a Príamo, pues Héctor siempre le había ofrecido sacrificios y era su favorito en Ilión. Tetis fue llamada a presencia del dios, se sentó junto a él y escuchó sus palabras: "¡Oh diosa Tetis! Aquí se está proponiendo el rapto del cadáver de Héctor, pero yo prefiero dar a Aquiles la gloria de devolverlo y conservar, así, tu respeto y amistad. Amonéstale y háblale de la irritación que nos está produciendo su actitud. Por mi parte, enviaré a la diosa Iris al magnánimo Príamo, para que vaya a las naves de los aqueos y redima a su hijo, llevando dones a Aquiles para que aplacar su enojo".
Tetis descendió del Olimpo en raudo vuelo y, entrando en la tienda de su hijo, le habló en estos términos: "¡Hijo mío! ¿Hasta cuando dejarás que el llanto y la tristeza roan tu corazón, sin acordarte de la comida ni del concúbito? Bueno será que goces del amor con una mujer, pues ya no vivirás mucho tiempo: la muerte y el hado cruel se te avecinan. Vengo como mensajera de Zeus: los dioses están irritados contra ti y en especial él mismo. Entrega el cadáver y acepta el rescate que te ofrezca Príamo".
Iris, entre tanto, habló con Príamo sobre el deseo de los dioses y éste lo comunicó a Hecuba que trató de convencerle de que no acudiera al encuentro de Aquiles, pues arriesgaba la vida: "Lloremos en palacio a Héctor, a distancia del cadáver; ya que cuando yo le parí, el hado poderoso hiló de esta suerte el estambre de su vida: que habría de saciar con su carne a los veloces perros, lejos de sus padres y junto al hombre violento cuyo hígado ojalá pudiera yo comer hincando en él los dientes". Príamo le respondió: "Yo mismo he oído a la diosa, la he visto ante mí y creo en sus palabras. Y si mi destino es morir, lo acepto: que me mate Aquiles tan luego como abrace a mi hijo y satisfaga el deseo de llorar sobre él".
El anciano subió al carro, conducido por el prudente Ideo, en el que ya habían colocado numerosos presentes y diez talentos de oro (unos trescientos kilogramos). Muchos eran los troyanos que lloraban, temiendo por su rey, mientras le acompañaban hasta las puertas de la ciudad. Zeus advirtió que el rey avanzaba por la llanura y ordenó a Hermes, el dios mensajero, que acompañara con disimulo al anciano hasta las naves aqueas: "Hermes, ya que tu te complaces en escoltar a los hombres y en escucharles, acompaña a Príamo hasta que esté en presencia de Aquiles, no sea que sufra el ataque de los guerreros de la llanura".
Hermes se calzó sus bellas sandalias aladas que le llevan por el mar y la tierra con la rapidez del viento, y tomando la vara con la que adormece a quien quiere y despierta a los que duermen, descendió del Olimpo y llegó junto al carro tomando la forma de un joven príncipe en la flor de la juventud. Su presencia, alarmó a Príamo y a su cochero, pues temieron que se tratara de alguien que pretendiera darles muerte. Hermes les tranquilizó, haciéndose pasar por uno de los hombres de Aquiles que venía a protegerles por el camino al campamento aqueo. Príamo le preguntó por el estado en el que se encontraba el cuerpo de su hijo y el mensajero respondió: "Doce días lleva muerto, y ni el cuerpo se pudre, ni lo comen los gusanos. Si a él te acercas, te admirarás de ver cuan fresco está. De tal modo los dioses cuidan de tu hijo, pues les era muy querido".

Llegados al foso, torres y empalizadas que protegían el campamento y las naves, Hermes adormeció con su vara a los centinelas, atravesaron la barrera y llegaron a la alta cerca que los mirmidones habían construido, para proteger la tienda de su rey, con troncos de abeto y cañas.
Hermes regresó, entonces, al Olimpo, pues no resultaba decoroso que un dios inmortal se tomara, públicamente, tanto interés por un mortal.Ante la sorpresa de los reunidos en la tienda con Aquiles, Príamo hizo su repentina aparición, entre ellos, como si de un dios se tratara. Se abrazó a las piernas de Aquiles, llorando, e imploró suplicante: "¡Oh, Aquiles! Apiádate de mí que he perdido a casi todos mis cincuenta hijos, incluido aquel que era único para mí, Héctor. Respeta a los dioses y recuerda el amor que te tiene tu padre, que espera ansioso volver a estrecharte junto a su pecho, en la lejana Argos. Yo soy más digno de compasión que él, puesto que me he atrevido a lo que ningún otro mortal en la tierra: a llevar a mis labios la mano del hombre matador de mis hijos".

Aquiles rompió a llorar por el recuerdo de su padre y de Patroclo y cogió la mano de Príamo mientras le alzaba con suavidad. Ambos lloraban y los gemidos resonaban en la tienda.
Cuando Aquiles hubo saciado sus deseos de llanto, miró compasivo al encanecido anciano e invitándole a tomar asiento, le dijo: "¡Desdichado, cuantas desgracias ha soportado tu corazón! Aunque los dos estemos afligidos, dejemos reposar en el alma el dolor, el gélido llanto para nada aprovecha, pues lo que los dioses han hilado para los míseros mortales es vivir entre congojos, mientras ellos están exentos de cuitas. En los umbrales del Olimpo hay dos toneles con dones que el dios reparte: en uno, están los pesares y en el otro las alegrías. Aquel a quién Zeus los da mezclados, unas veces topa con la desdicha y otras con la ventura, pero el que solo recibe pesares, vive con afrenta y va de un lado a otro sin ser honrado, ni por los dioses, ni por los hombres. Así, los dioses otorgaron a mi padre, Peleo, grandes mercedes desde su nacimiento: aventajaba a los demás hombres en felicidad y riqueza, reina sobre los mirmidones y, siendo mortal, tuvo por esposa a una diosa. Pero también le impusieron un mal: que no tuviera hijos que reinaran en palacio tras su muerte. Tan solo uno engendró, cuya vida ha de ser breve. Además, no le puedo dar el consuelo de cuidar su vejez, al estar tan lejos de mi reino. Piensa que tu también reinaste rico y dichoso sobre Lesbos y desde la Frigia hasta el Helesponto inmenso. Pero los dioses te trajeron la plaga de la guerra. Súfrela resignado y no consientas que se apodere de tu corazón el pesar continuo, pues quizás tus desgracias no hayan concluido".
Príamo, con la arrogancia de un dios, le respondió: "No me hagas sentar en esa silla mientras Héctor yace insepulto. Entrégamelo y recibe los cuantiosos regalos que te traemos. Ojalá puedas disfrutarlos y regresar a tu patria, ya que me has dejado vivir y ver la luz del sol". Aquiles se incomodó ante la premura del anciano y contestó: "Abstente de exacerbar los dolores de mi corazón; no sea que deje de respetarte a pesar de tus súplicas y viole las órdenes de Zeus". Dicho esto, salió de la tienda seguido de Automedonte y Alcinoo, los compañeros que más apreciaba después de Patroclo. Dio instrucciones para que retiraran lo regalos del carro y para que lavaran y ungieran el cuerpo de Héctor antes de que lo viera Príamo, no fuera que se encolerizase por su estado, irritase el corazón de Aquiles y éste le diera muerte quebrando las órdenes del dios.
Lavado y ungido el cadáver, se le cubrió con uno de los ricos mantos hallados entre los obsequios del rescate, y el mismo Aquiles lo depositó sobre un lecho preparado el carro de Príamo. El héroe gimió y se dirigió al túmulo de Patroclo: "¡Oh Patroclo! No te ensañes conmigo si en el Orco té enteras de que he devuelto el cuerpo de Héctor a su padre; este ha sido el deseo de los dioses y han entregado un rescate digno que consagraré en tu recuerdo, en la parte que te es debida.". Al llegar la noche, volvió a la tienda e invitó a cenar a Príamo que, temeroso de la amenaza de Aquiles, había permanecido allí.
Cuando hubieron satisfecho el deseo de comer y beber, Príamo pidió autorización para retirarse y descansar. Aquiles le preguntó: "Antes de retirarte, dime con sinceridad cuanto tiempo necesitarás para celebrar las honras fúnebres de tu hijo; durante ese tiempo permaneceré quieto y contendré al ejército". Príamo le contestó: "Ya sabes que vivimos encerrados en la ciudad y que tendremos que traer la leña del Monte Ida, tarea en la que se necesitarán nueve días. Durante ese tiempo, lloraremos en palacio a Héctor, el décimo día le sepultaremos y el pueblo celebrará el banquete fúnebre; el undécimo día, erigiremos el túmulo sobre el cadáver y, el duodécimo, estaremos dispuestos al combate, si fuese necesario". Dicho esto, todos se fueron a dormir y Aquiles se dirigió a la tienda de Briseida, la de hermosas mejillas.
Mientras todos descansaban, Hermes planeaba como sacar el carro del campamento sin que lo advirtieran los guardianes y pudieran alertar a Agamenón que, al no estar enterado de la decisión de Aquiles, podía retrasar la partida e incluso retener a Príamo, como rehén, para pedir rescate a los troyanos. Así que despertó al exhausto rey, unció los caballos al carro y los guió por el campamento. Adormeció a los guardianes con la mágica vara y franquearon las empalizadas y el foso.
La aurora de azafranado velo se esparcía por toda la tierra, cuando llegaron a las murallas de Ilión. Casandra, semejante a la dorada Afrodita, fue la que primero los divisó y, prorrumpiendo en sollozos, vagó clamando por toda la ciudad. Toda la población se aprestó a recibir la fúnebre expedición con muestras de inmenso dolor. Hécuba y Andrómaca, la viuda de Héctor, se echaron sobre el carro de hermosas ruedas y tomando la cabeza del muerto, se arrancaban los cabellos mientras la turba las rodeaba gimiendo. Y hubrían estado a las puertas de la ciudad todo el día, si el anciano rey, poniéndose en pie sobre el carro, no les hubiese pedido que se apartaran y le dejasen continuar hasta el palacio. Una vez allí, Andrómaca comenzó el funeral lamento:
"¡Esposo mío! Saliste de la vida en plena juventud, y me dejas viuda. ¿Qué será de nosotros?. Tu hijo, es todavía infante y no creo que llegue a la juventud; antes será la ciudad destruida desde su cumbre. Pronto nos llevarán en las naves aqueas y nos ocuparan en viles oficios, propios de cautivos. Algún aqueo, en venganza por los suyos que tu mataste en combate, arrojará a tu hijo desde lo alto de alguna torre, ¡muerte horrenda!. ¡Oh Héctor! Ni siquiera pudiste, antes de morir, tenderme los brazos desde el lecho, ni hacerme saludables advertencias, que habría recordado, de noche y de día, con lágrimas en los ojos". Esto fue lo que dijo llorando, y las mujeres gimieron.
Después, Hécuba se dirigió al lecho y habló al hijo muerto: "¡Héctor, el hijo más amado de mi corazón! No puede dudarse de que en vida fueras querido por los dioses pues ahora yaces en palacio tan fresco como si acabases de morir, a pesar del cruel trato que recibió tu cuerpo de manos del maligno Aquiles tras darte horrible muerte, no contento con haber vendido, al otro lado del mar estéril, muchos de mis otros hijos que, antes, logró capturar.
A continuación, Helena (la causante de la gran tragedia que estamos relatando por su fuga con Paris), fue la tercera en dar principio al tercer lamento: "¡Héctor! el cuñado más querido de mi corazón. En los veinte años transcurridos desde que me trajo Alejandro (Paris) y abandone mi patria y a mi esposo Menelao, jamás he oído de tu boca una palabra ofensiva o grosera; si alguien me increpaba entre los cuñados o sus esposas, tu contenías su enojo con tu afabilidad y suaves palabras. Con el corazón afligido, lloro a la vez por ti y por mí, desgraciado. Que ya no habrá en la vasta Troya quien me sea benévolo ni amigo, pues todos me detestan". Cuando concluyó, el anciano Príamo se dirigió al pueblo: "Ahora, troyanos, traed leña a la ciudad y no temáis ninguna emboscada por parte de los arguivos; pues Aquiles me prometió no atacar hasta que llegue la duodécima aurora".
Por espacio de nueve días, los teucros acarrearon leña, desde el Monte Ida hasta Ilión, y cuando, por décima vez, apuntó la aurora que, cada día, trae la luz a los mortales, sacaron el cadáver del audaz Héctor, lo colocaron sobre la pira, prendieron fuego y el cuerpo fue abrasado por las voraces llamas. Más tarde, con lágrimas corriéndoles por las mejillas, los hermanos y amigos sofocaron los rescoldos con negro vino. Recogieron los blancos huesos calcinados y los colocaron en una urna de oro que envolvieron con un leve velo de púrpura; depositaron la urna en un hoyo que cubrieron con grandes piedras y, sobre él, erigieron el túmulo. Después volvieron al palacio de Príamo y celebraron el espléndido banquete fúnebre. Así concluyeron las honras fúnebres de Héctor, domador de caballos.





Hasta aquí el relato en "La Ilíada".
En la "Etiopide" de Aretino de Mileto (700 a.C.), conocida por un resumen posterior, se describe el final de la Guerra de Troya con el incendio de la ciudad y la muerte de Aquiles. Muerte anunciada una y otra vez en la Iliada. Poseidón y Apolo, indignados por el trato que el héroe dio a Héctor después de matarlo, ayudaron a Paris a que acertara en disparar una flecha contra el vulnerable tobillo de Aquiles. La flecha atravesó el tendón y Aquiles ¿murió?. Tras lo cual se desencadenó un encarnizado combate alrededor del cadáver, hasta que una tormenta, enviada por Zeus, permitió recatarlo.
Aquiles fue llorado durante dieciséis días por las nereidas y por las nueve musas, mientras entonaban cantos fúnebres. El día decimoctavo, quemaron el cuerpo en la pira y sus cenizas fueron mezcladas con las de Patroclo y enterradas en el cabo Sigeo, que domina el Helesponto. En el cercano poblado de Aquileón construyeron un templo, en donde se erigió una estatua que le representaba llevando un pendiente de mujer.
Fue el héroe preferido de los griegos y considerado como un semidiós, al que se rendía culto en toda Grecia en las fiestas Aquileas de primavera, y sus hazañas fueron recogidas por muchos escritores.

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Personaje
Verdugo
Suicidio
Laodamía
suicidio
Dos hijos de Merops
(Adrasto y Amfio)
Grecia
Troya
Dioses
  1. Atenea
  2. Hera
  3. Poseidón
  4. Hermes
  5. Hefesto
  6. Tetis
  1. Afrodita
  2. Ares
  3. Apolo
  4. Artemisa
  5. Leto
  6. Escamandro
Humanos
  1. Acamante
  2. Aquiles
  3. Agamenón
  4. Áyax el Grande
  5. Áyax el Menor
  6. Antíloco
  7. Automedonte
  8. Calcas
  9. Demofonte
  10. Diomedes
  11. Epeo
  12. Esténelo
  13. Estentor
  14. Eteoneo
  15. Eumelo
  16. Euríalo
  17. Euríbato
  18. Eurípilo
  19. Filoctetes
  20. Glauco
  21. Haleso
  22. Idomeneo
  23. Macaón
  24. Medón
  25. Menelao
  26. Menesteo
  27. Meríones
  28. Neoptólemo
  29. Néstor
  30. Nireo
  31. Odiseo
  32. Palamedes
  33. Patroclo
  34. Podarces
  35. Podalirio
  36. Polipetes
  37. Protesilao
  38. Sinón
  39. Teucro
  40. Tersandro
  41. Tersites
  42. Tlepólemo
  1. Ainia
  2. Anquises
  3. Andrómaca
  4. Antenor
  5. Antibrote
  6. Ántifo
  7. Ascanio
  8. Astianacte
  9. Casandra
  10. Cebríones
  11. Corebo
  12. Cicno
  13. Deífobo
  14. Dolón
  15. Eneas
  16. Euforbo
  17. Eurípilo
  18. Euritión
  19. Forcis
  20. Héctor
  21. Hécuba
  22. Héleno
  23. Helicaón
  24. Hicetaón
  25. Laocoonte
  26. Licaón
  27. Memnón
  28. Migdón
  29. Pándaro
  30. Paris
  31. Pentesilea
  32. Polites
  33. Polidamante
  34. Políxena
  35. Príamo
  36. Reso
  37. Sarpedón
  38. Tenes
  39. Teucro
  40. Troilo
  41. Yápige
Ejércitos
  1. Arcadia
  2. Argos
  3. Atenas
  4. Beocia
  5. Cifo
  6. Espóradas
  7. Creta
  8. Duliquio
  9. Ecalia
  10. Élide
  11. Etolia
  12. Eubea
  13. Fílace
  14. Fócida
  15. Ítaca
  16. Lacedemonia
  17. Locria
  18. Magnesia
  19. Melibea
  20. Micenas
  21. Mirmidones
  22. Orcómeno
  23. Perraibia
  24. Ptía
  25. Pilos
  26. Rodas
  27. Salamina
  28. Sime
  29. Tesalia
  30. Yolco
  1. Adrastea
  2. Álibe
  3. Amazonas
  4. Caria
  5. Ciconia
  6. Colonas
  7. Caucones
  8. Dardania
  9. Etiopía
  10. Frigia
  11. Larisa
  12. Léleges
  13. Licia
  14. Meonia
  15. Mileto
  16. Misia
  17. Paflagonia
  18. Pelasgos
  19. Peonia
  20. Percote
  21. Tracia
  22. Troya
  23. Zelea


Personajes/actores/actrices de la película TROYA:

de los que los más emblemáticos son:



                                                                               Aquiles



Héctor



Helena



Paris



Ulises (Odiseo)



Príamo







Que disfrutéis cada hora del fin de semana
Un cordial saludo

Alvaro Ballesteros