Estimad@s Clientes y/o amantes del LEAN:
El otro día mi hija María, (16), trajo del colegio, como
deberes, ir haciendo lo que aconseja un padre a su hija adolescente (14) como
respuesta a sus preguntas : profundizar, en suma, en conocer todos los
eslabones de una cadena maravillosa que tiene diez mil años de historia
El autor de la carta es Arturo Pérez Reverte
Esa sed de conocimiento, cultura en el sentido más amplio y
generoso del término ( por utilizar los términos de Arturo ), escondida en cada
uno de esos eslabones que asumí entonces con entusiasmo como parte
integral de mi ADN ( no de la parte hard sino de la soft ), me emocionó cuando
la leí hace años; ahora, cuando la he vuelto a leer me ha puesto otra vez la
piel de gallina
¡!Que la disfrutéis!!
Carta a María
Tienes catorce años y preguntas
cosas para las que no tengo respuesta. Entre otras razones, porque nunca hay
respuestas para todo. Y además, he pasado la vida echando la pota mientras oía
a demasiados apóstoles de vía estrecha, visionarios y sinvergüenzas que decían
tener la verdad sentada en el hombro. Yo sólo puedo escribirte que no hay
varitas mágicas, ni ábrete sésamos. Esos son cuentos chinos. De lo que sí estoy
seguro es de que no hay mejor vacuna que el conocimiento. Me refiero a la
cultura, en el sentido amplio y generoso del término: no soluciona casi nada,
pero ayuda a comprender, a asumir, sin caer en el embrutecimiento, o en la
resignación. Con ello quiero sugerirte que leas, que viajes, y que mires.
Fíjate bien. Eres el último eslabón
de una cadena maravillosa que tiene diez mil años de historia. De una cultura
originalmente mediterránea que arranca de la Biblia, Egipto y la Grecia
clásica, que luego se hace romana y fertiliza al Occidente que hoy llamamos
Europa. Una cultura que se mezcla con otras a medida que se extiende, que se
impregna de Islam hasta florecer en la latinidad cristiana medieval y el Renacimiento,
y luego viaja a América en naves españolas para retornar enriquecida por ese
nuevo y vigoroso mestizaje, antes de volverse Ilustración, o Fiesta de las
Ideas, y Ochocentismo de revoluciones y esperanzas. 0 sea, que no naciste ayer.
Para conocerte, para comprender, lee
al menos lo básico. Estudia la Mitología, y también a Homero, y a Virgilio, y
las historias del mundo antiguo que sentó las bases políticas e intelectuales
de éste. Conoce al menos el alfabeto griego y un vocabulario básico. Estudia latín
si puedes, aunque sólo sea un año o dos, para tener la base, la madre del
universo en que te mueves. Da igual que te gusten las ciencias: ten presente –
como siempre recuerda Pepe Perona, mi amigo el maestro de Gramática -, que
Newton escribió en latín sus Principia Mathematica, y que hasta Descartes toda
la ciencia europea se escribió en esa lengua. Debes hablar inglés y francés por
lo menos, chapurrear un poco de italiano, y que el estudio del gallego, del
euskera, del catalán, que tal vez sean tus hermosas y necesarias lenguas
maternas, no te impida nunca dominar a la perfección ese eficaz y bellísimo
instrumento al que aquí llamamos castellano y en todo el mundo, América
incluida, conocen como español. Para ello, lee como mínimo a Quevedo y a Cervantes,
échale un vistazo al teatro y la poesía del Siglo de Oro, conoce a Moratín, que
era madrileño, a Galdós, que era canario, a Valle-Inclán, que era gallego, a
Pío Baroja, que era vasco. Rastrea sus textos y encontrarás etimologías,
aportaciones de todas las lenguas españolas además de las clásicas y semíticas.
Con algunos de ellos también aprenderás fácilmente Historia, y eso te llevará a
Polibio, Herodoto, Suetonio, Tácito, Muntaner, Moncada, Bernal Díaz del
Castillo, Gibbon, Menéndez Pidal, Elliot, Fernández Álvarez, Kamen y a tantos
otros. Ponlos a todos en buena compañía con Dante, Shakespeare, Voltaire,
Dickens, Stendhal, Dostoievski, Tolstoi, Melville, Mann. No olvides el Nuevo
Testamento, y recuerda que en el principio fue la Biblia, y que toda la Historia
de la Filosofía no es, en cierto modo, sino notas a pie de página a las obras
de Platón y Aristóteles.
Viaja, y hazlo con esos libros en la
intención, en la memoria y en la mochila. Verás qué pocos fanatismos e
ignorancias de pueblo y cabra de campanario sobreviven a una visita paciente a
El Escorial, a una mañana en el museo del Prado, a un paseo por los barrios
viejos de Sevilla, a una cerveza bajo el acueducto de Segovia. Llégate a la
Costa de la Muerte y mira morir el sol como lo veían los antiguos celtas del
Finis Terrae. Tapea en el casco viejo de San Sebastián mientras consideras la
posibilidad de que parte del castellano pudo nacer del intento vasco por hablar
latín. Observa desde las ruinas romanas de Tarragona el mar por el que vinieron
las legiones y los dioses, intuye en Extremadura por qué sus hombres se fueron
a conquistar América, sigue al Cid desde la catedral de Burgos a las murallas
de Valencia, a los moriscos y sefardíes en su triste y dilatado exilio. En
Granada, Córdoba, Melilla, convéncete de que el moro de la patera nunca será
extranjero para ti. Y sitúa todo eso en un marco general, que también es tuyo,
visitando el Coliseo de Roma, la catedral de Estrasburgo, Lisboa, el Vaticano,
el monte San Michel. Tómate un café en Viena y en París, mira los museos de
Londres, descubre una etimología almogávar en el bazar de Estambul o una
palabra hispana en un restaurante de Nueva York, lee a Borges en la Recoleta de
Buenos Aires, sube a las pirámides de Egipto y a las mejicanas de Teotihuacán.
Si haces todo eso o al menos sueñas con hacerlo, conocerás la única patria que
de verdad vale la pena.
Que disfrutéis cada hora del fin de semana
Un cordial saludo
Alvaro Ballesteros
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